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En Primera Persona

La Nicaragua rebelde entre barricadas y balas

De la lluvia de balas en los momentos más tensos a las escenas cotidianas en los más tranquilos, el fotoperiodista Javier Bauluz retrató entre el 10 y el 15 de junio la vida entre barricadas en la ciudad nicaragüense de Masaya. Esa localidad aledaña a Managua se convirtió en un territorio autogestionado por sus ciudadanos que se protegían de los ataques de la policía y los paramilitares con barreras construidas con los adoquines del suelo.
7 Jul 2018 – 04:10 PM EDT
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Ciudades como Masaya se encuentran cercadas por decenas de tranques que impiden el paso de la policía y de grupos armados. Crédito: Javier Bauluz.

MASAYA, Nicaragua. - Cuando llegué a 40 dejé de contar, pero calculo que tuve que cruzar más de 100. En aquel momento decían que había unas 400 barricadas solo en Masaya. La ciudad símbolo de la insurrección contra el dictador Anastasio Somoza II, heredero de Anastasio Somoza I, era un laberinto de barricadas levantadas con adoquines de hormigón que antaño fabricaba en exclusiva el dictador Somoza II.

Los mismos adoquines, convertidos en barricadas que ayudaron a la victoria revolucionaria del Frente Sandinista en 1979, se rebelan ahora contra Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, presidente y vicepresidenta de Nicaragua, respectivamente.

Mira aquí el especial de fotografía completo 'La rebelión de los nietos del sandinismo'

Las barricadas protegen a los pobladores de Masaya, sus comercios y casas de los saqueos e incendios perpetrados con nocturnidad por seguidores del gobierno con el fin de crear caos y miedo, pero sobre todo para cargarlos en la cuenta de los ciudadanos rebeldes a través de los medios de comunicación oficialistas. La mayoría de los canales de televisión son propiedad de los hijos del presidente Daniel Ortega y de la vicepresidenta Rosario Murillo.

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En las partes de Masaya que se tornaron de facto “territorio libre” de Nicaragua no hubo habido más incendios ni saqueos. Los ciudadanos “autoconvocados” controlaban su ciudad de manera autogestionada e incluso manifestaron públicamente su voluntad de crear un gobierno propio tras dejar de reconocer como legítimo al de la pareja presidencial. Se repite la historia: en 1978 Masaya se declaró independiente del gobierno de Somoza, con Monimbó, su barrio indígena, al frente.

En medio de las balas

Una lluvia de balas nos rodea. Instintivamente nos agachamos. -¡Hijueputa!- grita un chavalo, enmascarado con su propia camiseta y el pecho al descubierto. Luego mira a los ojos al novato de la barricada y dice:

- ¿Vos no te chiveas (acobardas)?, ¿No tenés miedo?

- Claro, pero…. Sonríe y atisba por un pequeño agujero entre adoquín y adoquín-. Hay que tener mucho cuidado con los francotiradores.

Otro ciudadano, de rodillas y enmascarado, asoma su “mortero” por encima de la barricada mientras un chaval, de apenas 14 años, se afana en encender la mecha que sale de la boca del arma casera y no letal. La policía vuelve a disparar. El estruendoso sonido de la bala al pasar nos vuelve a encoger. El adolescente alarga el brazo y con una espiral antimosquitos enciende la mecha. El joven tirador se distrae y el bulto de papel de estraza, relleno de pólvora, cae sobre el borde de la barricada. La mecha sigue encendida. Nos tiramos al suelo y escondemos la cara. Tras la fuerte explosión, nos llueven virutas de papel con brasas incandescentes. Todo el mundo ríe mientras maldice al tirador.

El intercambio de disparos de mortero ciudadano y de plomo del propio gobierno se sucede desde abril. En Masaya ya han muerto al menos 35 personas por las balas de la policía y los paramilitares orteguistas.

Un ataúd blanco cruza barricadas

Un ataúd blanco se balancea sobre hombros y lágrimas mientras cruza las barricadas que se abren a su paso. Cristian Gutierrez Ortega, de 60 años, se rebeló contra el gobierno de Somoza en 1978, pero no sobrevivió a las balas del gobierno de Ortega en 2018. Un francotirador le acertó en el pecho mientras participaba en la defensa de las barricadas junto a sus vecinos.


Su hija Yanci se derrumba al llegar al borde de la fosa abierta para su padre. Una hora antes repartía cafés en una bandeja en la calle de su casa a las decenas de personas que abarrotaban el velorio. Ahora se funde en un abrazo con su marido y su tristísima hija.

La puerta verde de la Iglesia de San Miguel es el paso para las decenas de heridos en los continuos enfrentamientos. Allí se encuentra el puesto de la Brigada Médica: jóvenes doctores, paramédicos y aprendices, todos voluntarios que los atienden como pueden y sin revelar su identidad por temor ante posibles represalias.

Desde que se inició el conflicto muchos de los hospitales públicos niegan la atención médica a los manifestantes heridos. Por eso quienes quieren cumplir su juramento hipocrático han montado decenas de puestos médicos en iglesias, casas de seguridad y al pie de barricadas.

Además de mantener el puesto médico en su parroquia, el padre Edwin Román se dedica, día y noche, a defender la vida y los derechos de los ciudadanos, rescatar detenidos en cárceles y organizar intercambios entre policías y manifestantes capturados junto al incombustible Álvaro Leiva y su inseparable José Luis Rodríguez, de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH).

Es habitual verlos juntos cruzar barricadas armados con una bandera blanca con el texto Derechos Humanos, y el sacerdote armado con su estola, símbolo de autoridad sacerdotal y del buen pastor, colgada del cuello. De momento, son los únicos respetados por ambas partes.

Curiosamente el Padre Edwin es descendiente de Sandino, el “general de hombres libres” que combatió contra las tropas invasoras norteamericanas y contra gobiernos corruptos, y que es el origen del sandinismo que llevo a crear el FSLN, ahora en manos del tándem Ortega-Murillo.

La mayoría de los comandantes de la revolución sandinista 1979-1990 hace tiempo que se separaron del orteguismo e, incluso, algunos formaron un partido sandinista, Movimiento Renovador Sandinista (MRS), al que el orteguismo consiguió impedir que se presentara a las elecciones. En la barricadas se encuentran muchos veteranos sandinistas, sus hijos y nietos luchando contra quienes consideran que secuestraron la revolución y el sandinismo.

En las noches, caminando entre barricadas llenas de ciudadanos encapuchados, pude observar a vecinas de edad avanzada llevando bandejas llenas de vasitos de café, pinol o avena, a veces con galletas o panecillos. Con una sonrisa maternal los regalaban a los jóvenes rebeldes, algunos casi niños, quienes se apresuraban a tomarlos entre grandes muestras de alegría y agradecimiento, casi nunca exentas de humor, ese eterno humor “nica" que no falta ni en las peores balaceras.

Humor bajo balas

Un ejemplo claro del humor mica es el ya tradicional “Comunicado al Comisionado Avellán”. Todas las noches un numeroso y heterogéneo grupo de rebeldes se concentra en una de las barricadas que durante varias semanas sitiaron el cuartel de Policía, único lugar en poder de las fuerzas del Gobierno en la Masaya Liberada.


Con un megáfono que asomaban por encima de la barricada lanzaban su mensaje al odiado jefe de la Policía, cada día en nombre de uno de los colectivos sociales de la sociedad, como el movimiento LGTBI o el feminista. Siempre cargados de ironía, en sus comunicados se reían del Comisionado y sus policías encerrados y hostigados cada noche con morteros desde diversas barricadas.

Los policías contestaban al megáfono con ráfagas de AK-47, o disparos de francotirador, que volaban a centímetros de nuestras cabezas entre las risas de los rebeldes. Miles de usuarios de Twitter y Facebook esperaban ansiosos el video diario del Comunicado que cada noche se hacía viral en las redes sociales.

Una noche, tras el Comunicado, se me acercó una señora mayor, muy amable, para solicitar mi colaboración. Quería saber si podría ayudar económicamente para poder comprar pólvora para los morteros de los muchachos de la barricada de en frente de su casa. “Es que nos queda poca pólvora para defendernos”, me explicó.

Pocos días después, cientos de paramilitares encapuchados con armas de guerra, y acompañados por policías, atacaron Nindirí, apenas a dos kilómetros de Masaya. Entraron hasta en la iglesia y secuestraron a los heridos, a los médicos e, incluso, al sacristán.

El asalto a sangre y fuego a Masaya se produjo poco después. A pesar de la resistencia en las barricadas, con piedras, tirachinas y morteros, los ciudadanos rebeldes no pudieron impedir que las tropas orteguistas avanzaran disparando plomo hasta el centro de la ciudad. Ese día los históricos adoquines de las barricadas se tiñeron con la sangre de seis ciudadanos y medio centenar de heridos.

Todos pasaron a engrosar la lista de más de 300 muertos, más de 1.500 heridos y 150 desparecidos, cientos de detenidos y torturados desde el 19 de Abril, según el informe dado por el defensor de derechos humanos Álvaro Leiva de ANPDH acompañado, como siempre, por el Padre Edwin, el descendiente de Sandino.

Al día siguiente, antes del asalto final, un microbús cargado de obispos y acompañado por miembros de la sociedad civil, consiguió entrar en la ciudad aterrorizada. Miles de ciudadanos salieron de los escondites en sus casas y juntos pararon la masacre. Los paramilitares se desaparecieron, de momento.

Varios barrios, como el históricamente rebelde Monimbó, todavía resisten los ataques de los policías y paramilitares, pero la caza nocturna de personas se ha normalizado en la zona bajo control del gobierno de Ortega y Murillo, y antes del amanecer, muchos jóvenes son secuestrados en su propias casas y queman las viviendas y comercios de líderes del Movimiento 19 de Abril.

No puedo saber si todavía sigue en pie la barricada pintada con la frase “¡Que se rinda!"que es la mitad del viejo eslogan sandinista, usado también por los actuales rebeldes: "¡Que se rinda tu madre!", el histórico último grito del poeta y guerrillero sandinista Leonel Rugama cuando fueron rodeados y conminados a rendirse por la Guardia de Somoza.

Mira el especial completo de Javier Bauluz aquí con dos nuevos capítulos (Barricada e Infierno):

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