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Tráfico de Personas

Relato de una mexicana que fue esclava sexual en EEUU: "Después de que escapé fui a parar a un manicomio"

Esta es la historia de Carmen, una sobreviviente de tráfico sexual, quien fue arrebatada de su hogar en México cuando tenía solo 14 años. La banda de traficantes que la esclavizó la trajo a Estados Unidos, donde la sometió por años a un trato aún más denigrante. Ahora comparte su amarga experiencia para brindar esperanza a otras víctimas.
15 Nov 2017 – 07:03 PM EST
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LOS ÁNGELES, California.- Carmen solo tenía 14 años cuando fue obligada por una red de tráfico sexual a ofrecer su cuerpo en cantinas, prostíbulos y parajes solitarios de México. Cayó en sus redes con engaños y amenazas. Su infierno duró seis años y la peor etapa la sufrió en Estados Unidos, a donde la trajeron apenas cumplió los 15. Aquí la forzaban a tener relaciones sexuales hasta con 60 hombres al día. Según su impactante relato, jamás descansó, ni le dieron un centavo.

"Es tanto el abuso psicológico que uno llega a resignarse a esa vida, crees que ese es tu destino", dice Carmen, quien oculta su apellido, pero no su rostro. Ella escapó gracias a la ayuda de una pareja; recibió atención psicológica y luego testificó contra sus proxenetas. Ahora esta mujer, quien vive en EEUU, comparte su amarga experiencia con el objetivo de salvar a otras víctimas de este flagelo.

Trece operadores de la red de traficantes sexuales que esclavizó a Carmen han recibido condenas de entre 15 y 22 años de cárcel, verificó Univision Noticias con el Departamento de Justicia (DOJ). Su líder, quien estuvo en la lista de los más buscados del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE), fue extraditado de México este año y podría pasar el resto de su vida en prisión. La banda envió a muchas jovencitas secuestradas en el centro mexicano a prostíbulos clandestinos en este país.

A continuación, parte del relato de Carmen, en sus propias palabras, sobre sus días como esclava sexual en ambos lados de la frontera.

El secuestro en Puebla

Yo tenía 14 años cuando esto me sucedió en Puebla (México). Fue un 14 de febrero. Ese día salí con una amiga del trabajo, me dieron permiso para salir un rato. Fuimos a unas dos cuadras de la casa donde vivía, donde apareció un muchacho que conocimos un domingo anterior y otro hombre. No quería ir al parque con ellos, pero insistieron y me subí a su carro. Así comenzó la pesadilla.

Cuando llegamos al parque salió otro hombre y dijo: “Vamos a dar una vuelta en coche”. Fuimos. En la tarde regresamos al parque. Mi amiga y su novio se separaron diciendo: “Sigan nuestro carro rumbo al cine”. Yo estaba arrepentida de haber salido. No sabía qué hacer, no conocía la ciudad, no sabía cómo usar el transporte público, no llevaba dinero, ni número de teléfono. Estaba asustada. Todo se me cerró.

De pronto salimos a una carretera y el chofer manejó a alta velocidad. Yo pensaba: ¿Dónde estará el cine?. En el trayecto uno de los hombres me preguntó cuántos años tenía, de dónde era, que yo le había gustado, que si me iba con él tendría una vida mejor: dinero, joyas… Me sentía incómoda.

Al final no me llevaron a mi casa. Pasamos a la casa del hombre. Una vez adentro yo sentía que era el fin de mi libertad. Su mamá estaba ahí y me habló de él, que era “un buen hombre”. Ya era de noche. Le pedí a él que me llevara a mi casa y se transformó: me agarró de los brazos, me sacudió, me golpeó, me aventó a la cama, me desgarró la ropa y me violó.

En la mañana, yo estaba en un rincón deseando morir, preguntándome '¿por qué a mí?'. Cuando él se levantó le dije que me llevara a mi casa. Él se enderezó y dijo: “¿A ti no te ha quedado claro que de aquí no vas a salir? Ya eres mía”. Me agarró y me encerró con llave en un cuarto.

Después me dijo que trabajara en un bar para ayudarles porque estaban perdiendo la casa. Le dije que no podía y otra vez se volvió un monstruo. Me golpeó y me dijo: “Tú eres mía, no vas a salir nunca de aquí. Sé quién eres, dónde está tu familia. Sé todo de ti, así que nunca intentes escapar. De ahora en adelante solo vas a hacer lo que yo te diga. Si tratas de huir voy a matar a tu familia hasta que entiendas que conmigo no se juega. Mataré a tu madre y la verás muerta frente a ti. Finalmente serás tú”.

En ese momento sentí que todo había terminado.

Una niña en los prostíbulos

Una de sus hermanas me empezó a llevar a los pueblos, a los bares. Así comencé a ejercer la prostitución. Ella me decía con quién entrar, cuánto cobrar, cómo hacerle. Le pagaban a ella. La primera vez que estuve con un hombre traté de decirle lo que estaba pasando, pero no lo hice porque tenía encima todo lo que me habían advertido. Prácticamente me violó el hombre y después de eso muchas veces fui violada. Mientras el cliente cree que uno está ahí por gusto, no es así.

En México usaba zapatillas de plataforma, una ropa que dejaba ver los calzones y un tipo de sostén que solamente tapaba los senos. Por mí cobraban 125 o 150 pesos (7 u 8 dólares). Estuve en muchísimos bares, pueblitos y paraderos de Puebla, Tlaxcala y el Estado de México. Eran lugares desconocidos, yo nunca había salido de mi pueblo. Después me llevaron a Nuevo Laredo (Tamaulipas); estuve en ‘La Zona’, donde hay prostíbulos y la mayoría de los clientes eran americanos (blancos).

Esperaron a que cumpliera 15 años para traerme a Estados Unidos. Antes me llevaron a mi casa porque mi familia me había reportado como desaparecida, la Policía me estaba buscando y esta gente se enteró. Él (el proxeneta) me dijo todo lo que tenía que decir. Llevaba una pistola. A mi familia le dije que lo amaba, que era mi novio y que por eso me había ido con él. Pero por dentro estaba ahogándome, queriendo decir lo que realmente me estaba pasando. No podía. Mi familia creyó todo.

La pesadilla americana

Como tres meses después vinimos a Estados Unidos. Él (el traficante) me dijo: “Ya no vas a trabajar aquí (en México), ya no hay dinero, me convienes mejor allá (EEUU). Esta fue la última vez que viste a tu familia. Así es que prepárate, cuidado y haces algo, ya sabes lo que puede pasar”.

Nos fuimos a Sonora y luego a la frontera. Caminamos por el desierto de Arizona. Ahí me di cuenta no solo yo venía con ese fin (siendo esclava sexual), que había mujeres y niñas, más jovencitas que yo. Al llegar a Phoenix estuvimos en un hotel muy grande donde había muchas mujeres que venían obligadas.

El infierno fue peor en Estados Unidos, porque si en México me obligaban a meterme con unas 30 personas al día, aquí yo hacía el doble, me forzaban a trabajar día y noche.

Íbamos a diferentes lugares, a los pueblos, a las granjas, a lugares donde sabían que había hombres. También me llevaban a casas privadas, a un lavado de autos que arriba tenía un prostíbulo, a sótanos de edificios, a un edificio pequeño rentado para eso y a donde nos llamaran. Por eso la gente no sospecha.

A los clientes les cobraban 25, 30, 40, 45, hasta 60 dólares, por 15 minutos. A mí jamás me dieron un centavo. Cuando sales de la casa te cuentan los preservativos y te dicen: “Te llevas tantos condones, entonces yo espero tanto dinero”.

Siempre que regresaba a la casa eran golpes. Uno está muerto, yo no tenía opinión, no tenía derecho de decir nada, ni de pensar; no tenía derecho sobre mí.

‘Varias veces intenté suicidarme’

Trabajaba dos turnos y en ocasiones ya no podía más, sangraba (por la vagina). Pero ellos no quieren perder ni un solo cliente y dicen: “Yo no sé cómo le vas a hacer, pero tú lo haces”. Entonces iba a la farmacia y me compraba una crema analgésica para no sentir (durante las relaciones).

Es tanto el abuso psicológico que uno llega a resignarse a esa vida, crees que ese es tu destino.

Conocí a muchas mujeres en esa situación. Entre nosotras no podíamos hablar de eso, estaba prohibido.

Cuando llegaba a la casa me preguntaban “cómo te fue, qué te dijeron, cómo te trataron, qué viste, cuántas mujeres iban”. Me interrogaban todo el tiempo. Tenía que decir cada detalle de cada persona.

En seis años quizás descansé dos o tres veces, ni recuerdo. Todo el tiempo trabajé, hasta cuando menstruaba. En ocasiones no era descanso, sino reunión de los tratantes. Cada uno llevaba a sus mujeres para demostrar su poder: quién tenía la mujer más bonita y más dinero.

Muchos momentos fueron terribles: me pusieron una pistola en la cabeza, me encerraron desnuda en un sótano, me pusieron droga y me obligaban a hacer cosas. Fui violada muchas veces por dos y tres hombres a la vez, y al regresar a la casa me violaban. Cada vez que me pasaba eso quería morirme.

Varias veces intenté suicidarme. En México tomé pastillas, traté de tirarme de un barranco y me corté las venas. En Estados Unidos traté de tirarme frente al tren, me crucé el tráfico queriendo que me atropellaran, me quise tirar de un balcón, intenté sofocarme y otras cosas.

La liberación

Conocí a una pareja que me ayudó a escapar. Dios los puso en mi camino. Después de que me escapé fui a parar a un manicomio, me volví loca. Fue un trauma tan terrible que ni yo misma lo puedo creer.

No escondo mi cara porque creo que el mensaje más poderoso es el que tiene una imagen de la persona que lo vivió. Lo hago para ayudar a alguien más, para salvar su vida, que sepan que hay esperanza.

El día en que sentenciaron a mis tratantes mi abogada me dijo que no fuera, que mandara una carta. Yo le dije: “No, voy a ir”. Lo quería ver (al líder de la banda) no porque sentía algo por él, sino porque solo así podía superar todo ese dolor, todo lo que él me hizo durante seis años.

Después de que él me humilló (me hacía besarle los pies y las axilas) lo vi frente a mí, agachado, como una persona débil, eso para mí fue bien poderoso.

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