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El covid nuestro de cada día

"Es grande la tentación de proclamar que ya le ganamos la pelea al covid, como hacen políticos, comentaristas y profesionales de la salud contagiados de 'wishful thinking' y politiquería. No menos seductora es la idea de creer que ya la perdimos. Yo pienso que más bien nos hemos acostumbrado al covid como quien se acostumbra a un mal matrimonio. Hemos superado ciertos hábitos y reglas que nos impuso. Pero también hemos asimilado otros, convirtiéndolos en parte íntegra de nuestra rutina diaria".
Opinión
Director de Integración de Redes y Multiplataformas y Redactor Jefe de Televisa Univision.
2023-03-13T12:25:12-04:00
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"La pandemia nos ha impuesto asimismo costumbres que serán difíciles de erradicar". Crédito: Al Bello/Getty Images

Al cabo de tres años de lucha a muerte, hemos aprendido a malvivir con el covid-19. El virus está por todas partes. Todavía contagia, enferma y mata. Pero con la ingenuidad y soberbia que nos caracteriza como especie, no le prestamos demasiada atención. Muchos incluso fingen que ya no existe. Otros invocan alegremente el 'covid fatigue'. La enfermedad, por su parte, parece conformarse con seguir causando estragos, aunque no tan severos como al principio; y con habernos cambiado nuestro estilo de vida.

La Organización Mundial de la Salud estima que los casos de covid-19 en el mundo han disminuido 58% este año. Pero todavía contabiliza cuatro millones y medio diarios, a pesar de que algunos países sometidos a dictaduras ni siquiera los reportan o dan cifras amañadas. Incluso la respetable Universidad de Johns Hopkins dejó de rastrearlos. Aun así, sabemos que más de 873,000 personas mueren semanalmente de covid en el mundo. Y que ningún país registra tantos fallecimientos por el mal como EEUU, con un total de 3,431 semanales.

Es grande la tentación de proclamar que ya le ganamos la pelea al covid, como hacen políticos, comentaristas y profesionales de la salud contagiados de 'wishful thinking' y politiquería. No menos seductora es la idea de creer que ya la perdimos. Yo pienso que más bien nos hemos acostumbrado al covid como quien se acostumbra a un mal matrimonio. Hemos superado ciertos hábitos y reglas que nos impuso. Pero también hemos asimilado otros, convirtiéndolos en parte íntegra de nuestra rutina diaria.

En los últimos meses, se ha hecho optativo el uso de mascarillas. Se han reabierto las fronteras y reducido las restricciones sanitarias a los viajeros en gran parte del mundo. También reabrieron gimnasios, cines, teatros. Seis de cada 10 personas que habíamos recurrido al trabajo desde la casa regresamos a nuestras oficinas. Se reanudaron las clases presenciales en colegios y universidades. Y los consumidores retornamos con fervor a los supermercados y tiendas. Son algunas de las batallas importantes que le ganamos al covid.

Pero la pandemia nos ha impuesto asimismo costumbres que serán difíciles de erradicar. Para paliar la soledad de los encierros forzosos, casi la mitad de los hogares en EEUU sumaron un perro o un gato a la familia. La tele consultas, que estuvieron a la orden del día hace un par de años, siguen operando con pacientes vulnerables y gente precavida que rehúsa visitar centros médicos atestados de pacientes. Cuatro de cada 10 trabajadores remotos continúan laborando desde sus hogares y dicen no tener planes de regresar a sus oficinas.

De hecho, se ha convertido en una moda a mi juicio muy placentera el 'bleisure', neologismo inglés que designa la práctica de combinar trabajo remoto con vacaciones. Estas 'trabavacas' permiten a millones de personas viajar a otros países o ciudades para conocer otras culturas y turistear sin dejar de aportar trabajo a sus empresas y dinero a sus bolsillos. Han sido, además, uno de los motores que han impulsado los negocios tipo Airbnb y Vrbo que proliferan en países eminentemente turísticos como Puerto Rico, España y México, para mencionar tan solo a algunos que me tocan muy de cerca.

A nivel individual, aprendimos a apreciar mejor en qué personas de nuestro entorno cotidiano podemos confiar para afrontar una crisis y a cuáles nos convendría mantener a distancia. Abundaron los gestos solidarios, la empatía y los sacrificios, sobre todo del personal de emergencia, desde médicos, enfermeros y personal de servicio hasta socorristas y policías que con admirable entrega salvaron infinidad de vidas a veces a expensas de las suyas. También sobraron los comportamientos antagónicos de personas que descargaron sus inseguridades y frustraciones – o su autismo moral - ignorando las disposiciones sanitarias y hasta recurriendo a los insultos y la violencia contra quienes las hacían cumplir o las observábamos.

Muchos comprobaron que el buen vivir no se reduce al cumplimiento obsesivo de tareas y deberes impuestos desde afuera, ya sea por centros de trabajo y estudios, gobiernos u otras entidades comunitarias, sino que requiere un ejercicio más amplio y sustantivo de la intimidad personal y familiar. Traté de expresarlo en una columna, escrita en pleno apogeo de la pandemia, en la que evoqué la famosa expresión del novelista checo Milán Kundera de que “la vida está en otra parte”. Esa otra parte abarca los placeres incomparables del diálogo y la compañía familiar, la lectura abundante y la apacible contemplación del mundo interior y exterior. Eso pensaba entonces. Y eso sigo pensando hoy, cuando hemos aprendido a coexistir, mal que bien, quizás más mal que bien, con la pandemia de covid-19.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.


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