17 días de terror en San José: la revuelta de una ciudad que terminó con dos linchamientos

SAN JOSÉ, California. – El hallazgo de varias horcas en las áreas verdes del Lake Merrit la mañana del 17 de junio obligó a la alcaldesa de Oakland, Libby Schaaf, a exigirle a la Policía una investigación inmediata por crímenes de odio.
Dos días después, a menos de una milla de distancia, las autoridades encontraron un bulto con forma de cuerpo humano colgando de un árbol que asemejaba un linchamiento.
Para entonces, la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) se sumó a la tarea de identificar a los responsables de un presunto crimen que no solo exacerbó las tensiones raciales por la muerte de George Floyd, sino que trajo a la memoria eventos históricos espeluznantes, como el linchamiento ocurrido en San José la noche del 26 de noviembre de 1933, uno de los últimos registrados en la región, hoy cuna de las causas progresistas.
Una familia acomodada
Lejos de su presente como la capital tecnológica de Silicon Valley, en la década de los 30’s la ciudad de San José se jactaba de poseer un próspero mercado agricultor. Pocas familias se dedicaban a otros rubros que no fueran el cultivo de fresas, uvas, ciruelas y albaricoques.
Los Hart eran de las contadas excepciones, pues eran dueños de una tienda departamental en el cruce de las calles Santa Clara y Market, en el centro de San José. Generación tras generación, la familia se consolidó entre la élite local, cediendo el turno al hijo mayor, Brooke Hart, para continuar la tradición.
Antes de concluir sus estudios profesionales en la Universidad de Santa Clara, su padre lo promovió al puesto de vicepresidente en las operaciones administrativas del negocio familiar. Además, como premio a su esfuerzo, Brooke recibió un flamante automóvil Studebaker President al graduarse.
A sus 22 años, Brooke ostentaba un estatus que muchos hombres en esa época tardaban una vida entera en alcanzar.
El secuestro
Según datos recopilados por el FBI, alrededor de las 6:00 pm del 9 de noviembre de 1933, Brooke salió de la tienda de su padre para dirigirse hacia un estacionamiento ubicado a menos de una milla de distancia.
En el camino se encontró con el vigilante del lugar, con quien conversó por unos minutos para luego subir a su auto. Todos sus movimientos eran estudiados por Harold Thurmond y Jack Holmes, quienes observaban desde el anonimato postrados al otro lado de la calle.
La investigación detalla que Brooke encendió su automóvil y al acercarse a una acera se sorprendió de ver que un extraño había ingresado al vehículo con una pistola en mano. Se trataba de Jack Holmes, quien bajo amenazas obligó a la víctima a manejar hasta Milpitas, donde su cómplice, Harold Thurmond, los esperaba a bordo de un Chevrolet de la época.
Los dos secuestradores llevaron a Brooke hasta el puente San Mateo, donde lo dejaron inconsciente gracias a un golpe en la cabeza y luego lo arrojaron a las aguas gélidas de la Bahía de San Francisco.
Holmes volvió a su hogar en San José como si nada hubiera pasado. Thurmond, por su parte, se cambió de ropa, condujo hasta San Francisco y desde allí realizó la primera llamada a la mansión de los Hart: pidió 40,000 dólares de recompensa por el secuestro del hijo mayor.
Los captores fabricaron múltiples extorsiones a través de llamadas y cartas, en las cuales exigían que el padre de Brooke condujera hacia Los Ángeles con la suma de dinero requerida.
La noche del 15 de noviembre, el padre recibió otra llamada que pudo ser rastreada hasta un garaje en el centro de San José, donde la Policía finalmente arrestó a Thurmond. El detenido confesó no solo la complicidad de Holmes, sino que se ocultaba en un hotel barato de San José.
Ambos permanecieron en custodia de las autoridades del condado Santa Clara y fueron interrogados por agentes del FBI. La información del secuestro confirmaba la culpabilidad de los implicados, sin embargo, sin la presencia del cuerpo de Brooke había dudas sobre quién era realmente el autor intelectual del asesinato.
El hallazgo y la rebelión
La desaparición de Brooke Hart causó gran indignación en la ciudad de San José. El fallecido periodista Harry Farrell narra en su libro Swift Justice: Murder & Vengeance In A California Town que para cuando la noticia alcanzó los periódicos de la región, grupos de jóvenes de las universidades de Santa Clara y Estatal de San José se habían organizado para exigir el linchamiento de los entonces sospechosos.
La petición nada tenía que ver con los linchamientos justificados en el odio racial, pero ante el efervescente reclamo de los manifestantes, Holmes y Thurmond fueron trasladados a las instalaciones de la Corte Superior de San Francisco. En el trayecto, Thurmond identificó la zona del puente San Mateo desde donde el cuerpo de Brooke había sido lanzado al mar.
Los investigadores lograron hallar la billetera de Brooke y los ladrillos con los que habría sido golpeado hasta perder la consciencia, pero su cuerpo seguía sin aparecer.
La ardua búsqueda de sus restos se postergó y pronto su muerte había pasado de las primeras a las cuartas planas de los diarios locales, pero eso cambió cuando dos residentes de Redwood City se toparon con el cuerpo descompuesto en un riachuelo de Hayward. Tenía el cráneo expuesto y el rostro desfigurado, pero pese a su deterioro, las autoridades determinaron que eran los restos del joven secuestrado.
Para poder ser procesados en la jurisdicción donde había ocurrido el secuestro, el fiscal del distrito Fred Thomas gestionó el traslado de los detenidos a San José. La noticia enalteció la ira de los manifestantes conglomerados en el centro de la ciudad. La posibilidad de un linchamiento se convirtió en una realidad.
Justicia por mano propia
El entonces alguacil del condado de Santa Clara, William Emig, pidió refuerzos a los departamentos de Policía de San Francisco y Oakland debido a las turbas congregadas en las afueras de la cárcel de San José.
Emig solicitó al entonces gobernador de California, James Rolph, el apoyo de la Guardia Nacional. El mandatario estatal no solo rechazó la petición, sino que dijo que de ser ahorcados por la multitud, perdonaría a los responsables del linchamiento de todo castigo.
Mientras tanto, una estación de radio local narraba en vivo la aglomeración de más de 3,000 personas en el parque Saint James e incitaba a imponer un castigo para Holmes y Thurmond.
Farrel detalla en su libro que un hombre llamado Anthony Cataldi escuchó la emisión radiofónica y sin pensarlo dos veces se unió a las manifestaciones llevando consigo dos sogas. Era la noche del 26 de noviembre y con Cataldi encabezando a la multitud se echaron abajo las barreras de la cárcel.
El alguacil Emig pensó que el uso del gas lacrimógeno serviría para disipar a los manifestantes, pero en respuesta la turba comenzó a arrojar las bombas de gas de regreso a la cárcel. Eventualmente, derribaron la puerta frontal de la prisión.
Cataldi y compañía allanaron el penal y localizaron a los detenidos. En su intento por detener la estampida, el alguacil terminó golpeado. Thurmond fue llevado al suroeste del parque St. James, frente a la Catedral de la Trinidad. Allí, lo ataron del cuello con una soga que colgaba de un árbol.
Antes de la medianoche, Thurmond murió ahorcado. Minutos después, Holmes corrió con la misma suerte. Cuando el linchamiento terminó, los mismos representantes de la casa fúnebre que prepararía el funeral de Brooke Hart se encargaron de recuperar los cuerpos de sus secuestradores.
Los árboles de donde colgaron los cuerpos fueron removidos al poco tiempo del linchamiento, como parte de un acto simbólico para olvidar aquellos 17 días de terror en los que San José mostró su rostro más violento y, por llamarlo de alguna manera, justiciero.
Aquel acto de hacer justicia por propia mano significó el capítulo final de la investigación, así se hubiera tratado al fin de cuentas de un triple asesinato que marcó uno de los episodios más siniestros en la historia del Área de la Bahía.