Cultura vs. bombas: el café-librería de Kiev que decidió seguir abierto para cuidar de quienes no pueden huir
KIEV, Ucrania .- Es una de las pocas cafeterías que permanecen abiertas en Kiev, pero la decena de ancianas que esperan ante su puerta no esperan poder tomarse un café ni comprar un libro de los cientos que ocupan las estanterías de este local.
Cargan con bolsas vacías de la compra que esperan llenar con botellas de aceite, latas de conservas, pienso para sus mascotas y, sobre todo, el alivio de saber que hay alguien que se preocupará de ellas si las tropas rusas terminan por entrar en la ciudad.
Son solo algunas de las decenas de miles de personas que no han podido o no han querido huir de la capital de Kiev. Una tras otra van dando sus argumentos, que se complementan y refuerzan entre sí: “No podría resistir físicamente un exilio”, explica a sus 82 años Iryna, a lo que Orynko, con sus 75, complementa: “No hablo inglés, ni alemán, ni español. ¿Qué haría allí?”.
Kiev es una ciudad llena de ancianos que se niegan a huir por razones como esta o porque no quieren verse a estas alturas de su vida compartiendo habitación con una decena de personas, o sintiéndose dependientes para tomar cualquier decisión sobre sus vidas o, no menos importante en uno de los países con mayor número de mascotas por habitante, verse obligados a abandonar a sus gatos y perros.
Una librería para "sentirse normal" en medio de una guerra
“La idea era abrir un espacio, una cafetería, donde quienes vengan puedan sentirse normal, no en un sitio atravesado por la guerra”, explica Oleksi Erinchak, el dueño de esta librería-café que abrió apenas dos meses antes de que comenzase la invasión rusa tras una vida persiguiendo este sueño.
A excepción de los supermercados, las gasolineras y las farmacias, el resto de los comercios de la ciudad permanecen cerrados y con las persianas bajadas para proteger sus escaparates. Pero este amante de la literatura mantiene abiertos los grandes ventanales de su local de estética hipster, los jarrones con flores frescas y la barra abierta para servir cafés. Pero no solo.
Cuando el 24 de febrero las tropas rusas comenzaron a avanzar por el territorio ucraniano, Oleksi puso a salvo a sus padres en Bucarest y volvió para convertir su negocio, el sueño de su vida, en un centro de voluntariado.
“Tenemos un equipo que llama a vecinos de cada edificio para identificar quiénes necesitan que les llevemos medicinas, comida o que les prestemos atención psicológica. Aquí estamos concentrando todo lo que nos van donando: comida, productos de higiene personal, pienso… Y son muchos quienes vienen a buscarlo y a quienes no tienen movilidad o quienes no se atreven a salir a la calle, se lo llevamos”, explica, mientras todo ello transcurre a su alrededor.
En una mesa, una madre lee con su hijo mientras ambos toman una bebida caliente. Observándolos pareciera que fuera de estas paredes no se librara una guerra con las grandes potencias mundiales implicadas.
Junto a ellos, una joven trabaja en su computadora, mientras dos voluntarias reparten comida, toman los datos y conversan con las ancianas que llegan hasta aquí. En una mesa al fondo, un equipo de tres personas diseña el plan para mantener la red de reparto que han conseguido establecer por toda la ciudad si el Ejército ruso bombardea la ciudad.
Mientras, Dimitriy -quien prefiere omitir su apellido- organiza las donaciones en las estanterías. “Me presenté al Ejército pero me rechazaron porque tengo gafas. Así que me vine aquí para poder defender mi país de alguna manera”, explica, mientras ordena paquetes de leche en polvo y papilla. Hay una necesidad acuciante entre la población ucraniana de poder hacer algo para contener el avance de la barbarie.
Justo detrás, en la habitación concebida como almacén, se encuentra el call center. “Trabajamos de manera coordinada para reunir toda la información de quienes necesitan ayuda en cada edificio, quien necesita ayuda mental, con qué voluntariado contamos en cada distrito”, explican Alina Shapran y Olena Andrusiv, dos de sus responsables.
Una guerra.... también cultural
“Esta guerra va a ser larga. Pienso en cómo resolver el hoy, pero tenemos que estar preparados para algo mucho más grave en el mañana. Porque eso lo estamos organizando en vista a largo plazo”, explica Alexis, quien despide con abrazos a las personas que llegan al local buscando apoyo.
“Aquí no hay libros en ruso porque invertir en la cultura ucraniana ayuda al pueblo a sentirse unido y fuerte, y a sumar a más personas a nuestro lado. Incluso si nos ocupan los rusos, nuestra cultura será más fuerte si la cuidamos”, añade, emocionado, como si al cuidar los libros, cuidase también de su gente.
Son muchas las imágenes que se han hecho virales estos días de libros siendo empleados para reforzar búnkeres, para flanquear ventanales en hogares e, incluso, como elementos de construcción de barricadas.
La guerra de Ucrania también tiene un componente de lucha cultural entre la potencia ocupante rusa y la ocupada ucraniana. Y los libros juegan un papel paradigmático en esta lucha.
“El nombre de mi librería significa Sense, de sentido, de significado, no de sentimiento ni de sensación”, especifica Oleksi, como si él también le buscase algún sentido a todo lo que está ocurriendo entre las millones de páginas que le rodean.
Mientras, esta ciudad continúa su transformación en un campo de batalla, en el que ya no hay lugar para más cafés ni librerías, y en el que su población se organiza para intentar sobrevivir y ayudar a sobrevivir a quienes no tienen quien les cuide al final de sus días, los cuales nunca imaginaron que podrían acabar secuestrados por la amenaza de las bombas.