Uno de los mejores recuerdos de mi niñez, y creo que todos podemos coincidir, era levantarme la mañana del 25 de diciembre, abrir los regalos debajo del árbol–si ya no lo habíamos hecho durante la medianoche-, despertar a mis papás para que vieran lo que nos había dejado Santa y sentarme a la mesa de comedor con todos los juguetes para tomar el desayuno.