Una de las molestias que he tenido que soportar durante años desde que comencé a consumir anime, es la recurrente pregunta «¿mirás dibujitos chinos?». A medida que fui envejeciendo también alcancé cierto grado de madurez que me permitió discernir cuando debo dar una explicación y cuando no, pero en un principio, recuerdo manifestar mi opinión de manera efervescente y absoluta: «primero, no son dibujitos, es anime; y segundo, el anime es japonés, no chino». Horas más tarde, tras soportar centenares de burlas, mi interlocutora admitía su derrota (solo para dejarme satisfecho).