La venganza de los rechazados / parte I

Encontrarse a una persona del pasado en alguna red social trae consigo alguna posibilidad:
- estar o no al tanto
- reunirse físicamente
- en los casos de romances truncos o incipientes, el recomienzo o la continuación
- reencontrarse
- desencontrarse
- delete
Supongo que todos tenemos una historia que contar, sea que lo hayamos vivido o que sepamos de alguien. Por mencionar algunos ejemplos, Facebook sigue siendo el disparador para que generaciones de alumnos, que no se han visto décadas atrás, se reúnan.
Esas reuniones pueden dar pie a que algunos confirmen o descarten la posibilidad de un romance entre sí, quizá algunas salidas o acaso una sola noche. También significan la ocasión para medir fuerzas, una suerte de who's who en cuanto a logros, propiedades, matrimonios duraderos, número de divorcios y demás indicadores de éxito o de fracaso, según el cristal con que se miren. En este sentido, no es raro que se gesten competencias incómodas: quién se ve más joven, quién se conserva mejor, qué se quitó, qué se puso, cuánto aumentó, cuánto se descompuso la que era la más guapa, qué cambiada, para bien, está la nerd. . .
“A falta de solidez y cultura, el ser humano tira de etiquetas”, eso dijo el escritor Arturo Pérez-Reverte en una charla que sostuvo con el músico Joaquín Sabina, publicada recientemente en el diario El País. Etiquetas y juicios de valor, a mi parecer, son tan superficiales como lo eran entonces. Incluso más: ¿no se supone que uno crece y, por ende, madura?
No sé a ustedes, pero a mí, cada vez que asisto a uno de esos reencuentros, me invaden emociones y pensamientos mixtos: mi reacción primera y genuina es entusiasmarme. Quiero decir, me nace la curiosidad por ver a mis compañeros, incluso aquéllos con los que no la llevaba bien, sin que pase por mi cabeza ponerme a evaluarlos desde la arrogancia y un complejo de superioridad que, por fortuna, no tengo.
Socialización, civilización y drama
Pláticas vacías, malas vibras: eso nunca falta, pero de ahí a que uno se ponga a decir quién la hizo y quién no, de verdad, me parece una actitud sobrada y, ustedes perdonen, estúpida. Los años y la distancia quizá nos hagan ver cuán alejados estamos, qué tan diferentes somos, las decisiones que cada quien tomó, no obstante, nada de eso nos confiere la condición de perdona vidas. En mi opinión, incluso cuando estas reuniones exhiben las diferencias más incómodas y escandalosas, pueden tratarse con educación, con argumentos, hasta con silencios: darse la media vuelta, y ya. Pero, bueno, a veces hasta uno, por más sociable, respetuoso y civilizado que crea ser, también se equivoca y puede armar un drama a propósito de naderías.
No sé si a ustedes también les pase, pero ahora, cada vez que asisto a un reencuentro, aun cuando acuda alegre y emocionada, también me preparo un poco para escenarios incómodos: discusiones enconadas, personalidades soberbias, los improvisados jueces de un concurso de belleza en el que todos y todas, por fuerza, participan, aun sin su consentimiento o, peor aún, su conocimiento. . .
Para mi más reciente experiencia de este tipo, les prometo que me mentalicé más de un escenario: cuándo a alguno o alguna se le pasan las cucharadas, incluida yo, por supuesto; para las parejas que, aun teniendo sus respectivas parejas, se reconectan, se regresan juntos, se extravían; para el acoso, los sermones, las quejas, el karaoke y hasta las coreografías de las canciones que, en mi caso, dejé atrás desde aquellos tiempos. . .
(Continuará)