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Amor

Historias de chicas de 25

Nuestra vida íntima no cancela nuestras responsabilidades paternales o maternales.
29 Abr 2016 – 11:18 AM EDT
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Mi amiga, casi contemporánea, también divorciada y madre de dos jóvenes, está algo nerviosa. Teme estar embarazada de un estudiante alemán, de 21 años, que estuvo de intercambio en México durante un semestre y que, dicho sea de paso, tiene la misma edad de su hijo. Crédito: iStock

Mi amiga, casi contemporánea, también divorciada y madre de dos jóvenes, está algo nerviosa. Teme estar embarazada de un estudiante alemán, de 21 años, que estuvo de intercambio en México durante un semestre y que, dicho sea de paso, tiene la misma edad de su hijo. La acompaño a comprar la prueba de embarazo. Ella elige la más económica. Ya en casa la abrimos y leemos las instrucciones con suma atención, como si fuera la primera vez.


Sale del baño. Me dice que el resultado tomará algunos minutos y me pide que la acompañe a fumar. De regreso, se persigna antes de abrir la puerta. Entramos. La prueba reposa sobre el mueble del lavado. Mi amiga la toma entre las manos y dice con serenidad: “Falsa alarma”. “¡Bravo!”, grito, y ella apenas sonríe. Me dice que, por más absurdo e inconveniente, en el fondo le causaba curiosidad cómo sería un bebé suyo y de padre alemán. “Mejor suerte para la próxima”, bromeo, y entonces le pregunto si el chico del desliz es el mismo con el que estaba la noche en que, según me contó hace poco, fue sorprendida por unos policías mientras tenía sexo dentro de su auto, estacionado en una calle oscura y poco transitada de un barrio hipster.

-- El mismito --dice.

En los últimos minutos, su celular no ha dejado de recibir mensajes. Es él y está a la espera de las últimas noticias.

--Qué bien muele –dice mi amiga y le responde que no hay novedades, que la prueba que compró estaba caduca y esperará al día siguiente para comprar otra, que si está embarazada quizá lo conserve pues siempre se quedó con ganas de otro hijo y que no se preocupe porque jamás le dará problemas. Send. Send. Send. Send. Cuatro Whats de un jalón. Le digo que no sabía que fuera tan ágil y rápida con el teclado. Le pregunto que por qué no le dice, simplemente, la verdad, y me responde que para qué si, de todos modos, el chico le dijo hace dos días que no la ayudaría a pagar el aborto porque su presupuesto se agotó durante el viaje a México, mismo que incluyó cenas e idas a bailar con mi amiga, según lo que ella me compartió en su momento. Pero eso ni siquiera lo menciono. Qué necesidad. Ahora se trata de ser solidaria con ella, aun cuando no haya embarazo, y consecuentarla en castigar con mentiras piadosas al que, hasta hace algunas semanas, era su crush teutón.

Los nuevos veintes

Vaya retorno a la preparatoria, pienso. Quiero hacer algún comentario al respecto, y en eso viene a mi mente una de las citas que, hace no mucho, tuve con un hombre que podría ser no mi hijo, pero sí mi sobrino, y a quien le compartí mis experiencias al tomarme selfies provocativas y ser descubierta in fraganti por alguno de mis hijos o la vez que un cyber crush me amenazó con divulgar una de mis nudes si no teníamos sexo por Skype. . . y no sé qué otra anécdota le iba a contar cuando me interrumpió y me dijo: “ ¡Estoy escuchando las mismas historias de mis amigas de 25!”.

De golpe, el comentario me sorprendió y ofendió. Quizá este hombre no me llamó inmadura sino que fue mi propia culpa la que me hizo sentir así. Ay, la culpa. En instantáneas volvieron a mi cabeza varios de mis descuidos, de mis excesos, de mis flaquezas: cuando, después de un plácido y prolongado mañanero en casa de mi entonces novio, me quedé dormida y, aunque salí corriendo, llegué casi una hora tarde a recoger a mis hijos a la escuela: sí, como el personaje de Diane Lane en Unfaithful .


También la vez que, en una fiesta, desatendí el celular, para socializar, para bailar, para ligar, y después me encontré con un sinfín de llamadas y mensajes en los que mi ex marido me notificaba que había llevado a nuestra hija al hospital porque se había accidentado mientras jugaba boliche. . .

Nada que no hubiera ocurrido antes, cuando yo me encontraba en el trabajo o de viaje, de trabajo, aclaro. Pero, por alguna razón, cuando la omisión (en relación con el hijo) está ligada al placer y, más específicamente, placer sexual del padre o la madre, los señalamientos sociales, suficientemente introyectados, son más severos. Desde luego que también se condena la dedicación excesiva a la profesión o el trabajo cuando es en detrimento de la atención a los hijos o de la convivencia familiar, pero, lo sabemos, nunca en la medida en que se cuestionan la vida íntima y los intereses románticos o sexuales, especialmente de las madres. Hay una mayor proclividad a aceptar, incluso resignarse ante los casos de hombres que, separados o divorciados, viven un segundo aire: se compran el coche deportivo, cambian el outfit por uno más juvenil, llevan una vida social, romántica y sexual activa, sin ningún empacho en que sea pública, no así, o no siempre así, con las mujeres, quienes, en las mismas circunstancias, suelen ser juzgadas de maneras distintas.


No voy a negar que hay casos de irresponsabilidad absoluta, provenientes del padre o la madre, no obstante, abogo por mayor indulgencia y, sobre todo, de auto indulgencia, sobre todo si este tipo de descuidos o flaquezas no interfieren de manera significativa o escandalosa con los deberes familiares. . . Y ahora vuelvo a mi amiga, la de la prueba de embarazo: su reacción de adolescente --misma que a las pocas horas expiró y entonces le aclaró al crush alemán que no había nada de qué preocuparse-- no le impidió llevar esa misma tarde a sus hijos a sus actividades extraescolares y repasar con uno de ellos los apuntes para el examen del día siguiente. Yo tampoco dejé de ir al hospital ni de atender a mi hija después de aquel accidente en el boliche.

Dudo que existan ejemplos vivos de perfección e intachabilidad, es decir, padres y madres completamente limpios de conciencia. Pero, aun cuando existieran, creo que tendríamos derecho a esperar de ellos un tanto de entendimiento y compasión para con los demás, simples mortales. Plena o fallida, constante o atropellada, en correspondencia con la edad adulta o, más bien, propia de la pubertad, nuestra vida íntima no cancela nuestras responsabilidades paternales o maternales. Ni viceversa.

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