null: nullpx
Vicente Fernandez

Un hombre sensible y generoso: las anécdotas personales de 'Chente' Fernández

12 Dic 2021 – 11:52 AM EST
Comparte

Vicente Fernández era alegre, respetuoso, pero cuando te tomaba aprecio te daba besos, te abrazaba. Era un hombre cariñoso, coqueto, pero quizá lo que más recuerdo de él era su facilidad para llorar.

Cuando el público se le rendía no podía contener las lágrimas; pero hubo un día en que nos hizo llorar a más de 4,000 personas, en una presentación en el Palenque de Texcoco.

Después de varias botellas y sentado en una silla con una mesa, cantaba con dificultad sus éxitos por tanto alcohol que había ingerido, y se la pasó condenando a los secuestradores de su hijo. Su discurso lo tengo tan fresco como si lo hubiera dicho fuera ayer:

"No sé hasta qué punto llega la maldad, esos malditos me quitaron a mi hijo y se llevaron sus dedos", decía, al tiempo que la gente se levantaba de sus sillas y le gritaba "¡'Chente', 'Chente!'", dándole ánimos ante tan amargo dolor.

El momento del secuestro de Vicente Jr. fue quizá lo más doloroso por lo que pasó el cantante, cuenta un testigo. "Entre la familia se hacían guardias para contestarles a los delincuentes", quienes además de llevarse los dedos de su primogénito le arrebataron la tranquilidad a todos los Fernández.

Y desde ese momento, Vicente, que no usaba guardias de seguridad, tuvo que duplicar las precauciones, pues como siempre ocurre en esos eventos, su vida nunca fue igual.

Cargando Video...
La promesa que Alejandro le hizo a su padre Vicente Fernández el día que dijo adiós a los escenarios


Ver beber a don Vicente y emborracharse con él era muy fácil, y el negocio perfecto para los empresarios. Y él lo sabía, tanto que cuando lo contrataban él le marcaba al empresario los precios que debía dar para que la gente lo fuera a ver; enfatizaba que debían ser precios populares.

" No quiero que mi gente se quede fuera por no tener para pagar, tú vas a ganar de la bebida, no te hagas güey", les decía con su particular tono, ese tono que le dio un sello y que fue en varias ocasiones censurado por él, pues le molestaban las parodias de los comediantes.

El festín de Vicente

Llegar a su casa era un festín para el paladar: todo aquel que llegara antes de la hora de la comida tenía garantizado que saldría con el estómago lleno.

Lo común era que todos comieran en la gran cocina, siempre con un televisor prendido en los programas de chismes; y en la estufa, comida mexicana: recuerdo las albóndigas, el espinazo con verdolagas y el agua de sabor. Para la familia estar juntos en la mesa era una prioridad: no hay mejor momento para disfrutar y eso era una ley en el rancho.

El particular vestuario de 'Chente' en su rancho era una sorpresa: salía a ver a sus caballos, colaboraba en los partos de sus yeguas con pantalones deportivos, gorra y zapatos tenis. No había lujos, andaba en bermudas y, cuando había oportunidad, solo en camiseta. Al fin y al cabo, estaba en su casa.

Hasta sus últimos días en los escenarios, fue un hombre amado, recio, un ranchero duro, pero con el corazón de un niño. Sabía perdonar, era quizá una de sus grandes virtudes.

En una ocasión cantaría en un concierto para una radiodifusora siendo una de las estrellas junto a Joan Sebastian, cada quien por separado. Ambos habían tenido una discusión seria, de esas que tienen las estrellas, y aunque esa noche no se saludaron, meses después hasta grabaron discos de nuevo.

Nunca se limitó en los géneros musicales: grabó tangos, boleros y hasta salsa con Celia Cruz o Tony Bennett, siempre dentro de su estilo. Amaba la música mexicana y decidió retirarse en un evento gratuito en el Estadio Azteca, un recinto impactante al nivel de él.

Sin embargo, el lugar de sus mejores añoranzas fue la Plaza México, cada que podía mencionaba: "Un mexicano en la México" como el más grande de sus orgullos. Su humildad fue tan grande que nunca se imaginó que lo llenaría, aunque fuera uno de los máximos vendedores de discos de nuestra era.

Hacerse a un lado para que otros crezcan

El cantante tuvo varios capítulos en su vida artística y el último fue quizás el más particular, pues se preocupó por consolidar a sus hijos.

A Vicente Jr. lo respaldó en todo momento, pidió a sus amigos que lo apoyaran siempre; a Gerardo lo volvió uno de los empresarios más fuertes del país y le permitió administrar su fortuna, y a Alejandro logró consolidarlo como la máxima estrella de la música con un pequeño detalle: se hizo a un lado para dejar que creciera.

La petición, según contó Vicente, vino de Alejandro: "Un día me dijo ' quiero separarme de ti, la gente que va a vernos a los conciertos te va a ver a ti, no a mí, es momento de irme', y lo entendí".

Con el tiempo, don Vicente dejó volar a Alejandro y de ser un galán de cine se convirtió en el suegro, y aún con sesenta años encima seguía conquistando mujeres.

Siempre coqueto, atento y cuidando su imagen al máximo, teniendo 40 años las canas lo invadían, y no podía evitar los tintes, aunque después se le hicieran chorros de sudor con tinta de pelo.

Después se dejaba el cabello blanco o se operaba las bolsas de los ojos y la papada para siempre lucir bien, no joven, porque aceptó envejecer con dignidad.

El legado que Vicente Fernández deja a la cultura popular se resume en sus propias palabras: respeto al público, ese público que paga por un boleto y por ver a una estrella morirse en cada función, bajo la premisa de que mientras no dejen de aplaudir , el no dejará de cantar.

Hablar de Vicente Fernández va más allá de caballos, trajes de charro y borracheras, es hablar de quien fuera una de las grandes estrellas de la música mexicana; el que con sus canciones da un trono de oro a las mujeres divinas y manda a la lona a los machos que no saben de qué manera las olvida, aunque mal paguen ellas.

Es el vivo retrato del hombre generoso, paciente y trabajador que sacrificó hasta a su propia familia con tal de darle una casa y uno de los ranchos más grandes de Jalisco.

Enamorado de la vida y generoso con sus amigos, le coqueteó a la muerte, la retó siempre, sabiendo que le ganaría mil batallas.

Cuando decidió retirarse, lo hizo sin avisarle a nadie. En una conferencia de prensa, un reportero le cuestionó si ese momento ya había llegado. Y así, sin decir agua va, dijo: "Este es el momento, sí. Me voy a retirar ya, ha sido demasiado tiempo", ante la mirada incrédula de sus hijos y colaboradores.

'El Charro de Huentitán' argumentó que ya estaba cansado y que quería vivir lo que no había disfrutado con su esposa, se la pasó trabajando tantos años que se olvidó de vivir, vio a sus hijos crecer rápidamente y no estuvo en los momentos que ellos necesitaban, de ahí la relevancia que tomaría Doña Cuquita en su vida.

La noche de su despedida en el Estadio Azteca fue emocionante y tremendamente desorganizada en el equipo de Vicente, pues él nunca sabía lo que iba a cantar; al contrario, durante el espectáculo diría qué repertorio interpretaría, lo que los puso en un dilema.

Nervioso por tan importante evento, don Vicente bebió y bebió y recibió a unos cuantos amigos en su camerino. Salió al escenario entonado y con un vaso que parecía que se llenaba solo de alcohol. Era tal la borrachera que tenía don Vicente, que desde el público sus hijos regañaban al asistente por seguirle dando de beber.

Pero aún así 'Chente' no atendió a sus hijos, disfrutó su despedida y gozó a su público, eso sí, con muchos tragos encima, como si hubiera brindado con cada una de las 85,000 personas que asistieron.

Así era Vicente: cercano, amigo de los amigos, poeta bohemio, con gran sentido del humor, con un corazón tan grande como su estado y una estrella que se mantendrá viva, con un público que lo seguirá llorando, le cantará, se enamorará con su legado y que nunca lo dejará de aplaudir, porque querrán oírlo cantar para siempre.

Loading
Cargando galería
Comparte