El día que pensé que el cáncer había golpeado mi puerta: un miedo terrible a perder mi hijo

Era sábado y estábamos comiendo en casa con unos amigos. De pronto, mi hijo de 6 años me dijo: “Mamá, me duele aquí”, señalando la parte posterior de su quijada. Lo toqué, sentí una bola no tan pequeña y él se quejó. Llamé a mi marido y me dijo: “Debe ser un ganglio inflamado”.
Me espanté tanto que sentí cómo se me bajó la presión, le llamé a su médico que me recomendó tenerlo en observación y listo. El domingo transcurrió sin complicaciones, pero la bola seguía ahí. Como el miércoles teníamos cita con el dentista, pensé que él podría orientarnos y tranquilizarnos. Quizás era solamente un absceso de saliva, pero cuando el dentista lo vio, se mostró preocupado. Llamó a su colega del cubículo contiguo y luego al cirujano maxilofacial. Recomendaron una tomografía y fue la primera vez que pronunciaron la palabra “tumor”.
Según datos oficiales, en México se estima que existen anualmente entre 5,000 y 6,000 casos nuevos de cáncer en menores de 18 años. En el mundo suman 160,000. He sabido de muchos niños con cáncer y de pronto parecía que mi hijo era ya uno de ellos. Lo llevé al pediatra que repitió lo mismo que el cirujano dentista: había que hacer estudios pues el panorama no era bueno. Era probable que tuvieran que intervenirlo quirúrgicamente para hacer una autopsia y después ponerlo en tratamiento. Durante esos días de estudio no podía dormir, lloraba a la menor provocación y me sentía en la antesala del infierno.
Yo sabía que las señales de alarma en niños son fiebres, moretones, manchas en la piel, sudoraciones nocturnas y mi hijo no tenía nada de eso, pero tenía un ganglio que no dejaba de crecer. Y es que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los tumores malignos más comunes en niños son los linfomas (cáncer de ganglios linfánticos), seguidos por los del sistema nervioso central y la leucemia representa alrededor de una tercera parte de todos los cánceres infantiles.
La idea de que lo que tenía mi hijo fuera simplemente una infección estaba descartada, pues en esos escenarios son ambos ganglios los que se inflaman y no solo uno. Sin embargo, después de varios días de estudios el pediatra determinó que daría un antibiótico fuerte para ver si con eso cedía, y así fue. Nunca me he sentido más feliz en mi vida.
Dentro de toda la pesadilla que fue este episodio en nuestras vidas, había algo que nos tranquilizaba mucho y es que, en caso de haber sido cáncer, estábamos actuando a tiempo. Estar pendientes de los niños puede hacer toda la diferencia en estos escenarios.
Aunque no se conoce una causa específica por la que los niños llegan a padecer esta terrible enfermedad, debemos estar siempre pendientes de nuestros niños. Los siguientes son síntomas que nunca debes ignorar en los niños:
- Pérdida de peso.
- Dolor en los huesos y las articulaciones .
- Dolores de cabeza acompañados de vómitos.
- Hinchazones que no desaparecen, sobre todo en el cuello, las axilas, la ingle y el abdomen.
- El aumento del volumen del vientre.
- Manchas de color rojo vivo que aparece en la piel
- Moretones o hematomas que aparecen sin que haya habido golpes.
- Un resplandor blanquecino en los ojos cuando la retina se expone a la luz.
- Cansancio y palidez constante: Anemia.
- Fiebre persistente de origen indeterminado o desconocido.
- Infecciones frecuentes: baja inmunidad a las enfermedades.
Si identificas que tu hijo tiene varios de estos síntomas , busca atención médica. Si el problema sigue después de un tratamiento, pide una segunda opinión.