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Opinión

Superado el olvido

"El olvido que seremos, la magnífica novela de Héctor Abad Faciolince, llega al cine de la mano de Fernando Trueba y consigue el Goya como mejor película latinoamericana, además de estar considerada para los Oscar. Pero su gran ambición no tiene nada que ver con el mundo de los premios, sino con un reto aún mayor, quizás el más grande que pueda proponerse la especie: vengar merecidamente el mayor temor de su personaje principal y del escritor de la obra: que se conviertan en polvo nuestras noblezas".
12 Mar 2021 – 02:25 PM EST
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Javier Cámara en una conferencia de prensa sobre 'El Olvido Que Seremos' (Forgotten We'll be)". 22 de octubre de 2020 en Roma Crédito: Elisabetta Villa/Getty Images for RFF

Dirigida por Fernando Trueba, quien ensayó un lenguaje propio - la primera persona de la obra literaria, fundamental en la narración escrita, desaparece -, la película recién galardonada en el máximo evento del séptimo arte español, comienza con éxito la que lucía como un inalcanzable misión: sacar del olvido la historia de un hombre, que es a la vez la historia de muchos hombres.

El largometraje homónimo está basado en la novela más estremecedora de uno de los escritores vivos más palpitantes de habla hispana, Hector Abad Faciolince, quien descubre, desde la mirada de su memoria, el más entrañable vínculo con su padre y la invisible y anónima tragedia de la sociedad civil colombiana, que por décadas luchó en silencio contra la violencia sistémica proveniente de movimientos guerrilleros, el narcotráfico, el paramilitarismo y las fuerzas del Estado.

La décima octava producción que dirigió Fernando Trueba tenía dos grandes retos desde su partida: hacer una película basada en una obra cuyo hilo conductor es la voz escrita de un personaje (hijo) que describe a otro (padre), un tono que sólo es posible en la lectura; y la sempiterna y estéril tarea de tratar de poner en la pantalla grande la historia y los afectos que en las páginas de un libro hemos recreado en nuestro imaginario.

Trueba hizo lo que sólo un hombre de su pericia y estatura artística podía hacer. Cambiar de camino. No tratar de calcar el libro. Prescindió de la voz del narrador, se concentró en el personaje que era sujeto de quien narraba, Héctor Abad Gómez, padre del relator de la novela y del escritor del libro, y un médico pintoresco, sabio y espontáneo que empezó luchando porque las zonas pobres de su ciudad tuvieran acceso a aguas limpias y terminó denunciando los hechos violentos que asesinaron a miles y miles en Colombia, dejando en el silencio y el pavor a la mayoría de las víctimas.

"Yo soy un amante del jazz", dice Trueba, quien reconoce que, ya estructurado el concepto de la película, su intención era estar ahí, en el set, con los actores, y lograr que su cámara hablara y dejara hablar, hiciera comunicar los colores, atrapara la conexión que había entre las magníficas actuaciones del largometraje.

Una de las historias más conmovedoras que ha habitado nuestros libros en los últimos años, empezó a recorrer entonces, con lenguaje propio, el mundo del celuloide. Texturas de documental yuxtapuestas a una magnífica recreación de arte que sitúa al espectador en la Antioquia de la década de los setentas y ochentas, un blanco y negro contemporáneo que nos introduce al luto y la desoladora tragedia que dan corolario al relato; y unas actuaciones insignes, convierten, permutan, reencarnan el espíritu de aquel padre atesorado en la memoria del narrador original, y cobran vida en el imaginario movimiento del séptimo arte, para desembocar en el espíritu de mucha más audiencia aún que lo que ya había alcanzado el más exitoso libro de Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, Seix Barral, 2006).

Curiosamente, la obra es protagonizada por Javier Cámara, un extraordinario actor con una carrera llena de hitos, y el único no colombiano del elenco. Como una predeterminación del destino, autor y director lo tenían en mente incluso antes de hablar de hacer de la película. Y el actor, en un viaje previo a Colombia, había leído con ahínco la novela.

Trágica y tierna, la historia de Héctor Abad Gómez, un médico humanista, auténtico y atrevido, vista a través de los ojos de su único hijo varón, promete vencer el más temido de los destinos: el olvido. Alegre paradoja para el título de la obra, en alusión a la resignación que rezaba en el poema de Borges que aquel médico llevaba en su bolsillo el día en que murió.

La insuperable ternura del recuerdo de aquel hijo ha sobrevivido el trasplante de la literatura al cine. Los testigos de esa historia, en uno y otro lenguaje, nos quedamos admirados de quien haya tenido un padre como ese, tal como luce desde esa memoria subjetiva, desvergonzadamente subjetiva.

Puedo agregar, sin querer dar más spoilers que los conocidos, que la película cuenta con la que sea quizás la más genial escena sobre masturbación en la historia del cine. Y con una frase hermosa que, en boca del médico protagonista, nos dice todo de quién fue, cómo vivió y por qué fue tan querido: aquella tarde, ante el candente reclamo de su hijo, que no entendía por qué se metía en dificultades por estar arreglando la vida a extraños, Héctor Abad Gómez contestó con tanta firmeza que han pasado varias décadas y aquí estamos citándolo otra vez: "Ningún problema es sólo de los demás".

Nota : La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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