El olor del dinero

Gunjur, una ciudad de unas 15,000 personas, está situada en la costa atlántica del sur de Gambia, el país más pequeño del continente africano. Durante el día, sus playas de arena blanca están llenas de actividad. Los pescadores conducen sus largas canoas de madera pintadas de colores vibrantes hacia la orilla, donde pasan sus capturas, que aún flotan, a las mujeres que esperan a la orilla del agua. El pescado se transporta a los mercados al aire libre cercanos en carretillas de metal oxidado o en cestas en equilibrio sobre las cabezas. Los niños pequeños juegan al fútbol mientras los turistas observan desde sus tumbonas. Al caer la noche, el trabajo termina y la playa se llena de hogueras. Hay lecciones de percusión y kora; hombres con el pecho engrasado luchan en combates de lucha tradicionales.
Si uno se introduce cinco minutos tierra adentro encontrará un entorno más tranquilo, una reserva de vida silvestre conocida como Bolong Fenyo. Establecida por la comunidad de Gunjur en 2008, está destinada a proteger 320 hectáreas de playa, manglares, humedales, sabanas y una laguna alargada. La laguna, de 700 metros de largo y unos pocos cientos de ancho, ha sido un hábitat exuberante para una notable variedad de aves migratorias, así como delfines jorobados, murciélagos frugívoros, cocodrilos del Nilo y monos del género Callithrix. El lugar constituye una maravilla de la biodiversidad, y por tanto resulta clave para la salud ecológica de la región; además, ha atraído a cientos de observadores de aves y otros turistas que lo visitan cada año, lo cual potencia también su salud económica.
Pero en la mañana del 22 de mayo de 2017, la comunidad de Gunjur descubrió que la laguna de Bolong Fenyo se había vuelto de color carmesí durante la noche y estaba salpicada de peces muertos flotando. "Todo es rojo", escribió un reportero local, "y todo ser vivo está muerto". Algunos residentes se preguntaron si la escena apocalíptica era un presagio de un futuro señalado con sangre. Lo más probable es que las Ceriodafnia, o pulgas de agua, hayan enrojecido el agua en respuesta a cambios repentinos en el pH o los niveles de oxígeno. Los lugareños alertaron poco después de que muchas de las aves habían dejado los nidos cercanos a la laguna.
Algunos residentes llenaron botellas con agua de la laguna y las llevaron a la única persona del pueblo que pensaron que podría ayudar: Ahmed Manjang. Nacido y criado en Gunjur, Manjang vive ahora en Arabia Saudí, donde trabaja como microbiólogo. Sucedió que en ese momento él estaba en el lugar visitando a su familia lejana y recogió sus propias muestras para analizarlas, enviándolas después a un laboratorio en Alemania.
Los resultados fueron alarmantes. El agua contenía el doble de arsénico y 40 veces la cantidad de fosfatos y nitratos considerados seguros. La primavera siguiente, Manjang escribió una carta al ministro de Medio Ambiente de Gambia, calificando la muerte de la laguna como "un desastre absoluto". La contaminación a estos niveles, concluyó Manjang, solo podría tener una fuente: desechos vertidos ilegalmente de una planta procesadora de pescado china llamada Golden Lead, que opera en el borde de la reserva. Las autoridades ambientales de Gambia multaron a la empresa con 25,000 dólares, una cantidad que Manjang describió como "insignificante y ofensiva".
Golden Lead es la avanzadilla de una ambiciosa agenda económica y geopolítica china conocida como la Nueva Ruta de la Seda, que según el gobierno de Pekín está destinada a generar buena voluntad en el extranjero, impulsar la cooperación económica y brindar oportunidades de desarrollo de otra manera inaccesibles a las naciones más pobres.
Como parte de la iniciativa, China se ha convertido en el mayor financiador extranjero de infraestructura en África, acaparando el mercado en la mayoría de los proyectos de carreteras, oleoductos, centrales eléctricas y puertos del continente.
En 2017, China canceló 14 millones de dólares en deuda de Gambia e invirtió 33 millones para desarrollar la agricultura y la pesca, incluida Golden Lead y otras dos plantas de procesamiento de pescado a lo largo de los 80 kilómetros de costa gambiana. A los residentes de Gunjur se les dijo que Golden Lead traería puestos de trabajo, un mercado de pescado y una carretera recién pavimentada de cinco kilómetros a través del corazón de la ciudad.
Golden Lead y las otras fábricas se construyeron rápidamente para satisfacer la creciente demanda mundial de harina de pescado, un lucrativo polvo dorado que se obtiene pulverizando y cocinando pescado. Exportada a los Estados Unidos, Europa y Asia, la harina de pescado se utiliza como un suplemento rico en proteínas en la floreciente industria de la piscicultura o acuacultura.
El volumen de pescado que consumen este tipo de factorías es enorme: una sola planta en Gambia ingiere más de 7,500 toneladas de pescado al año, la mayoría de un tipo local de sábalo conocido como bonga, un pez plateado de unos 25 centímetros de largo.
Para los pescadores de la zona, la mayoría de los cuales arrojan sus redes a mano desde piraguas impulsadas por pequeños motores fueraborda, el auge de la acuicultura ha transformado sus condiciones de trabajo diarias: cientos de barcos pesqueros extranjeros legales e ilegales, incluidos arrastreros industriales y cerqueros, recorren las aguas de la costa de Gambia, diezmando las poblaciones de peces de la región y poniendo en peligro los medios de vida locales.
En la lonja de Tanji, en el verano de 2019, Abdul Sisai se paró en una mesa y puso a la venta cuatro bagres de aspecto enfermizo. La mesa estaba llena de moscas, el aire era denso por el humo de los cobertizos de ahumado de pescado cercanos y las gaviotas bombardeaban amenazadoras en picado en busca de sobras. Sisai dijo que el bonga había sido tan abundante hace dos décadas que en algunos mercados se ofracía gratis. Ahora cuesta más de lo que la mayoría de los residentes locales pueden pagar. Sisai complementa sus ingresos vendiendo baratijas cerca de los centros turísticos por las noches.
“Sibijan deben”, dijo Sisai en mandinka, uno de los principales idiomas de Gambia. Los lugareños usan la frase, que se refiere a la sombra de la palmera alta, para describir los efectos de las industrias extractivas de exportación: las ganancias son disfrutadas por personas que están lejos de la fuente: el tronco. En los últimos años, el precio del bonga ha aumentado exponencialmente, según la Asociación para la Promoción y el Empoderamiento de los Pescadores Marinos, un grupo de investigación y educación con sede en Senegal. La mitad de la población de Gambia vive por debajo del umbral internacional de pobreza, y el pescado, principalmente bonga, representa la mitad de las necesidades de proteínas animales del país.
Después de que Golden Lead recibiera la multa, en 2019, la empresa dejó de liberar su efluente tóxico directamente a la laguna. A cambio, instaló una larga tubería de aguas residuales debajo de una playa pública cercana, arrojando los desechos directamente al mar. Los nadadores pronto comenzaron a quejarse de erupciones cutáneas, el océano se llenó de algas y miles de peces muertos fueron arrastrados a la orilla, junto con anguilas, rayas, tortugas, delfines e incluso ballenas. Los residentes quemaban velas aromáticas e incienso para combatir el olor rancio que emanaba de las plantas de harina de pescado y los turistas usaban máscaras blancas. El hedor a pescado podrido se prendía a la ropa, incluso después de repetidos lavados.
Jojo Huang, el director de la planta, ha dicho públicamente que la instalación sigue todas las normas y "no bombea productos químicos al mar". La planta ha beneficiado a la ciudad, afirmaba al diario británico The Guardian.
En marzo de 2018, unos 150 comerciantes locales, jóvenes y pescadores, empuñando palas y picos, se reunieron en la playa para desenterrar la tubería y destruirla. Dos meses después, con la aprobación del Gobierno, los trabajadores de Golden Lead instalaron una tubería nueva, esta vez colocando una bandera china a su lado. El gesto tenía connotaciones colonialistas. Un paisano lo llamó "el nuevo imperialismo".
Manjang estaba indignado. "¡No tiene sentido!" me dijo, cuando lo visité en Gunjur en el complejo de su familia, una parcela cerrada poco mayor de una hectárea con varias casas sencillas de ladrillos y un sembrado de yuca, naranjos y aguacates. Detrás de las gafas de montura gruesa de Manjang, su mirada es gentil y directa mientras habla con urgencia sobre los peligros que enfrenta el medio ambiente de Gambia. "Los chinos están exportando nuestro pescado bonga para alimentar a sus peces tilapia, que luego envían de regreso a Gambia para vendérnoslas, más caras, pero solo después de que se hayan llenado de hormonas y antibióticos". Además, se añade un hecho absurdo, señala, y es que las tilapias son herbívoros que normalmente comen algas y otras plantas marinas, por lo que deben ser entrenadas para consumir harina de pescado.
Manjang se puso en contacto con ambientalistas y periodistas, junto con legisladores de Gambia, pero el ministro de Comercio de Gambia pronto le advirtió que impulsar el tema solo pondría en peligro la inversión extranjera. El Dr. Bamba Banja, responsable del Ministerio de Pesca y Recursos Hídricos, se mostró despectivo y le dijo a un periodista local que el horrible hedor era solo "el olor del dinero".
La demanda mundial de productos del mar se ha duplicado desde los años sesenta del siglo pasado. Nuestro apetito por el pescado ha superado lo que podemos capturar de forma sostenible: más del 80% de las poblaciones de peces silvestres del mundo se han derrumbado o no pueden soportar más pesca. La acuicultura ha surgido como una alternativa: un cambio, como le gusta decir a la industria, de la captura al cultivo.
La industria de la acuicultura, el segmento de más rápido crecimiento de la producción mundial de alimentos, tiene un valor de 160,000 millones de dólares y representa aproximadamente la mitad del consumo mundial de pescado. A pesar de que las ventas minoristas de mariscos en restaurantes y hoteles se han desplomado durante la pandemia, la caída se ha visto compensada en muchos lugares por el aumento de personas que cocinan pescado en casa. Estados Unidos importa el 80% de sus productos del mar, la mayoría de los cuales se cultivan. La mayor parte proviene de China, con mucho el mayor productor mundial, donde los peces se crían en grandes estanques sin salida al mar o en cercados en alta mar que abarcan varios kilómetros cuadrados.
La acuicultura se ha practicado de formas rudimentarias durante siglos y tiene algunos beneficios claros respecto a la captura de peces en la naturaleza. Reduce el problema de la pesca incidental: las miles de toneladas de peces no deseados que son arrastrados cada año por las redes abiertas de los barcos de pesca industrial, solo para asfixiarse y ser arrojados al mar. Y el cultivo de bivalvos (ostras, almejas y mejillones) promete una forma de proteína más barata que la pesca tradicional de especies silvestres.
En India y otras partes de Asia, estas granjas se han convertido en una fuente fundamental de empleo, especialmente para las mujeres. La acuicultura facilita a los mayoristas asegurarse de que sus cadenas de suministro no apoyen indirectamente la pesca ilegal, los delitos ambientales o el trabajo forzoso. También existe la posibilidad de obtener beneficios ambientales: con los protocolos adecuados, la acuicultura utiliza menos agua dulce y tierra cultivable que la mayoría de la agricultura animal. Los productos cultivados del mar producen una cuarta parte de las emisiones de carbono por kilo de lo que genera la carne de vacuno, y dos tercios de lo que produce la de cerdo.
Aun así, también existen costes ocultos. Cuando millones de peces se apiñan, generan una gran cantidad de desechos. Si están encerrados en piscinas costeras poco profundas, los desechos sólidos se convierten en un lodo espeso en el lecho marino, sofocando todas las plantas y animales. Los niveles de nitrógeno y fósforo aumentan en las aguas circundantes, provocando la proliferación de algas, matando a los peces salvajes y alejando a los turistas. Criados para crecer más rápido y más grande, los peces de piscifactoría a veces escapan de sus recintos y amenazan a las especies autóctonas.
Incluso así, está claro que, si queremos alimentar a la creciente población humana, que depende de la proteína animal, tendremos que apelar en gran medida de la acuicultura industrial. Los principales grupos ambientalistas han abrazado esta idea. En un informe de 2019, Nature Conservancy pedía más inversiones en piscifactorías, argumentando que para 2050 la industria debería convertirse en nuestra principal fuente de productos del mar. Muchos conservacionistas dicen que la piscicultura se puede hacer aún más sostenible mediante una supervisión más estricta, métodos mejorados para el compostaje de residuos y nuevas tecnologías para recircular el agua en piscinas terrestres. Algunos han presionado para que las granjas de acuicultura se ubiquen más lejos de la costa en aguas más profundas y con corrientes rápidas que ayudan a diluir los efluentes.
El mayor desafío para la cría de peces es alimentarlos. La comida constituye aproximadamente el 70% de los gastos generales de la industria y, hasta ahora, la única fuente de piensos comercialmente viable es la harina de pescado. Perversamente, las granjas de acuicultura que producen algunos de los pescados más populares, como la carpa, el salmón o la lubina, en realidad consumen más pescado del que envían a los supermercados y restaurantes. Antes de que llegue al mercado, un atún “criado en granjas” puede comer más de 15 veces su peso en pescado silvestre que se ha convertido en harina de pescado para él. Aproximadamente una cuarta parte de todo el pescado capturado en el mar en todo el mundo termina como harina de pescado, producida por fábricas como las de la costa de Gambia. Los investigadores han identificado varias alternativas potenciales, incluidas las aguas residuales humanas, las algas marinas, los desechos de la yuca, las larvas de mosca soldado y las proteínas unicelulares producidas por virus y bacterias, pero ninguna se está produciendo a escala asequible. De modo que, por ahora, el recurso a mano es la harina de pescado.
El resultado es una paradoja preocupante: la industria pesquera está tratando aparentemente de disminuir la tasa de agotamiento de los océanos, pero al cultivar los peces que más comemos, está reduciendo las existencias de muchos otros pescados, los que nunca llegan a los estantes de supermercados occidentales. Gambia exporta gran parte de su harina de pescado a China y Noruega, donde alimenta un suministro abundante y económico de salmón de piscifactoría para el consumo europeo y estadounidense. Mientras tanto, los peces de los que dependen los propios gambianos para sobrevivir están desapareciendo rápidamente.
En septiembre de 2019, los legisladores de Gambia se reunieron en el majestuoso pero descuidado salón de la Asamblea Nacional para una reunión anual, donde James Gómez, ministro de Pesca y Recursos Hídricos del país, insistió en que “las pesquerías de Gambia están prosperando. “Los barcos y plantas de pesca industrial representan el mayor empleador de gambianos en el país, incluidos cientos de marineros, trabajadores de fábricas, conductores de camiones y reguladores de la industria. Cuando un legislador le preguntó sobre las críticas a las tres plantas de harina de pescado, incluido su voraz consumo de bonga, Gómez se negó a participar. "Los barcos no están tomando más que una cantidad sostenible", dijo, y agregó que las aguas de Gambia incluso tienen suficientes peces para sustentar dos plantas más.
En las mejores circunstancias, estimar la salud de la población de peces de una nación es una ciencia confusa. A los investigadores marinos les gusta decir que contar peces es como contar árboles, excepto que son en su mayoría invisibles, debajo de la superficie, y se mueven constantemente. Ad Corten, un biólogo pesquero holandés, me explicaba que la tarea es aún más difícil en un lugar como África Occidental, donde los países carecen de fondos para analizar adecuadamente sus poblaciones.
Las únicas evaluaciones fiables sobre las poblaciones de peces en el área se han centrado en Mauritania, afirma Corten, y muestran una fuerte disminución impulsada por la industria de la harina de pescado. "Gambia es el peor de todos", dijo, y afirma que el Ministerio de Pesca apenas rastrea cuántos peces capturan los barcos con licencia, y mucho menos los que no tienen licencia. A medida que se han agotado las poblaciones de peces, muchas naciones más ricas han aumentado su vigilancia marítima, a menudo intensificando las inspecciones portuarias, imponiendo fuertes multas por infracciones y utilizando satélites para detectar actividades ilícitas en el mar. También han requerido que los barcos industriales lleven observadores obligatorios e instalen dispositivos de monitoreo. Pero Gambia, como muchos países más pobres, ha carecido históricamente de la voluntad política, la habilidad técnica y la capacidad financiera para ejercer la autoridad en sus aguas.
Sin embargo, aunque no tiene barcos de policía propios, Gambia está tratando de proteger mejor sus aguas. En agosto de 2019, me uní a una patrulla secreta que la agencia de pesca estaba llevando a cabo con la ayuda de un grupo internacional de conservación de los océanos llamado Sea Shepherd, que había traído a la zona, tan subrepticiamente como pudo, una embarcación de 56 metros bautizada como el Sam Simon. El barco está equipado con capacidad para combustible adicional, lo que le permite llevar a cabo largas patrullas, y tiene un casco de acero doblemente reforzado ante la eventualidad de un choque con otro barco.
En Gambia, las nueve millas de agua más cercanas a la costa se han reservado para los pescadores locales, pero en un día cualquiera, decenas de arrastreros extranjeros son visibles desde la playa. La misión de Sea Shepherd era encontrar y abordar a los intrusos u otras embarcaciones involucradas en actividades prohibidas, como la captura de tiburones solo para cortarles las aletas o la pesca con redes para capturar peces inmaduros. En los últimos años, el grupo ha trabajado con gobiernos africanos en Gabón, Liberia, Tanzania, Benin y Namibia para realizar patrullas similares. Algunos expertos en pesca han criticado estas colaboraciones como trucos publicitarios, pero han llevado al arresto de más de 50 barcos pesqueros ilegales.
Apenas una docena de funcionarios del gobierno local habían sido informados sobre la misión Sea Shepherd. Para evitar ser visto por los pescadores, el grupo trajo varias lanchas rápidas pequeñas por la noche y las utilizó para llevar a una docena de oficiales de pesca y de la Armada de Gambia fuertemente armados al Sam Simon. Nos acompañaron en la patrulla dos bruscos contratistas de seguridad privada de Israel, que estaban entrenando a los oficiales de Gambia en procedimientos militares para abordar barcos. Mientras esperábamos en la cubierta iluminada por la luna, uno de los guardias de Gambia, vestido con un impecable uniforme de camuflaje azul y blanco, me mostró un vídeo musical en su teléfono de uno de los raperos más conocidos de Gambia, ST Brikama Boyo. Tradujo la letra de una canción, llamada Fuwareyaa, que significa "pobreza": "La gente como nosotros no tiene carne y los chinos nos han quitado el mar en Gunjur y ahora no tenemos pescado".
Tres horas después de que nos embarcáramos, los navíos extranjeros casi habían desaparecido, en lo que parecía ser un escaqueo coordinado de las aguas prohibidas. Al sentir que se había corrido la voz sobre la operación, el capitán del Sam Simon cambió de planes. En lugar de centrarse en los barcos sin licencia más pequeños cercanos a tierra que eran en su mayoría de países africanos vecinos, realizaría inspecciones sorpresa en el mar de los 55 barcos industriales que tenían licencia para estar en aguas de Gambia. Fue un movimiento audaz: los oficiales de la marina abordarían barcos más grandes y bien financiados, muchos de ellos con conexiones políticas en China y Gambia
Menos de una hora después, nos detuvimos junto al Lu Lao Yuan Yu 010, un arrastrero de 40 metros de eslora pintado de azul eléctrico y marcado con rayas de óxido, operado por una compañía china llamada Qingdao Tangfeng Ocean Fishery, empresa que abastece a las tres plantas de harina de pescado de Gambia. Un equipo de ocho oficiales gambianos del Sam Simon abordó el buque con los subfusiles AK-47 al hombro. Un oficial estaba tan nervioso que se olvidó del megáfono que le habían asignado. Las gafas de sol de otro oficial cayeron al mar mientras saltaba a cubierta.
A bordo del Lu Lao Yuan Yu 010 iban siete oficiales chinos y una tripulación de cuatro gambianos y 35 senegaleses. Los oficiales de la marina de Gambia pronto comenzaron a interrogar al capitán del barco, un hombre bajo llamado Shenzhong Qui que vestía una camisa manchada con tripas de pescado. Debajo de la cubierta, 10 miembros de la tripulación africanos con guantes amarillos y batas manchadas estaban hombro con hombro a cada lado de una cinta transportadora, clasificando bonga, caballa y pescado blanco. Cerca de allí, las filas de congeladores iban desde el piso hasta el techo y estaban apenas frías. Las cucarachas subían por las paredes y cruzaban el suelo, donde algunos peces habían sido pisados y aplastados.
Hablé con uno de los trabajadores que me dijo que se llamaba Lamin Jarju y acepté alejarme para hablar. Aunque nadie podía oírnos por encima del ensordecedor ca-thunk, ca-thunk de la cinta transportadora, bajó la voz antes de explicar que el barco había estado pescando dentro de la zona de nueve millas hasta que el capitán recibió una advertencia por radio de los barcos cercanos de que se estaba realizando un esfuerzo policial.
Cuando le pregunté a Jarju por qué estaba dispuesto a revelar la violación del barco, dijo: "Sígueme". Me llevó dos niveles arriba hasta el techo de la sala de máquinas, donde trabaja el capitán. Me mostró un gran nido de periódicos arrugados, ropa y mantas, donde, dijo, varios miembros de la tripulación habían estado durmiendo durante las últimas semanas, desde que el capitán contrató a más trabajadores de los que el barco podía acomodar. “Nos tratan como perros”, dijo Jarju.
Cuando volví a cubierta, la discusión se estaba intensificando. Un teniente de la Armada de Gambia llamado Modou Jallow había descubierto que el diario de pesca del barco estaba en blanco. Se requiere que todos los capitanes mantengan libros de registro y diarios detallados que documenten adónde van, cuánto tiempo trabajan, qué equipo usan y qué capturan. El teniente había emitido una orden de arresto por la infracción y estaba gritando en chino al capitán Qui, que estaba rojo de rabia. "¡Nadie se queda con eso!" gritó.
No estaba equivocado. Las violaciones del papeleo son comunes, especialmente en los barcos de pesca que trabajan a lo largo de la costa de África occidental, donde los países no siempre brindan una guía clara sobre sus reglas. Los capitanes de los barcos pesqueros tienden a ver los libros de registro como herramientas de burócratas que buscan sobornos o como azotes estadísticos de conservacionistas empeñados en cerrar las zonas de pesca
Pero la falta de registros adecuados hace que sea casi imposible determinar a qué velocidad se están agotando las aguas de Gambia. Los científicos se basan en estudios biológicos, modelos científicos e informes obligatorios de los comerciantes de pescado para evaluar las poblaciones de peces. Y utilizan los libros de registro para determinar los lugares de pesca, las profundidades, las fechas, las descripciones de los artes y el “esfuerzo de pesca”: la longitud de las redes o líneas en el agua en relación con la cantidad de peces capturados.
Jallow ordenó al capitán del pesquero que llevara su barco de regreso a puerto, y la discusión pasó de la cubierta superior a la sala de máquinas, donde el capitán afirmó que necesitaba unas horas para arreglar una tubería; tiempo suficiente, sospechaba la tripulación de Sam Simon para que se pusiera en contacto con sus jefes en China y les instara a pedir un favor a los funcionarios gambianos de alto nivel. Jallow, presintiendo una táctica dilatoria, golpeó al capitán en la cara. "¡Lo arreglarás en una hora!", gritó Jallow, agarrando al patrón por el cuello. "Y te veré hacerlo". Veinte minutos después, el Lu Lao Yuan Yu 010 se dirigía a la costa.
Durante las siguientes semanas, el Sam Simon inspeccionó 14 barcos extranjeros, la mayoría de ellos chinos y con licencia para pescar en aguas de Gambia, y arrestó a 13 de ellos. Bajo arresto, los barcos suelen ser detenidos en el puerto durante varias semanas y castigados con multas de entre 5,000 y 50,000 dólares.
Todos los barcos menos uno fueron acusados de carecer de un libro de registro de pesca adecuado, y muchos también fueron multados por condiciones de vida inadecuadas y por violar una ley que estipula que los gambianos deben constituir el 20% de las tripulaciones de los barcos industriales en aguas nacionales. En un barco de propiedad china, no había suficientes botas para los marineros, y un trabajador senegalés se pinchó con un bagre mientras usaba chanclas. Su pie hinchado, que rezumaba por la herida abierta, parecía una berenjena podrida. En otro barco, ocho trabajadores dormían en un espacio destinado a dos, un compartimiento con paredes de acero de un metro de alto directamente encima de la sala de máquinas y peligrosamente caliente. Cuando las olas altas chocaron contra el barco, el agua inundó la cabaña improvisada, donde, según los trabajadores, una regleta eléctrica casi los electrocuta dos veces.
De vuelta en Banjul, una tarde lluviosa busqué a Manneh, el periodista local defensor del medio ambiente. Nos reunimos en el vestíbulo de azulejos blancos del hotel Laico Atlantic, decorado con plantas falsas en maceta y gruesas cortinas amarillas. El Canon de Pachelbel sonaba como música de fondo, acompañado por el chapoteo del agua que goteaba del techo en media docena de cubos. Manneh había regresado recientemente a Gambia después de un año en Chipre, donde había huido después de que su padre y su hermano fueran arrestados por activismo político contra Yahya Jammeh, el autócrata brutal que fue finalmente expulsado del poder en 2017. Manneh, quien me dijo que él esperaba ser presidente algún día, se ofreció a llevarme a la fábrica de Golden Lead.
Al día siguiente, Manneh regresó en un Toyota Corolla que había contratado para el difícil viaje. La mayor parte del camino desde el hotel hasta Golden Lead era de tierra, que las recientes lluvias habían convertido en un traicionero curso de slalom de cráteres profundos y casi intransitables. El trayecto fue de unos 50 kilómetros y duró casi dos horas. Sobre el estruendo del coche sin silenciador, Manneh me preparó para la visita. "Cámaras fuera", advirtió. "Y nada de criticar la harina de pescado". Justo una semana antes de mi llegada, algunos de los mismos pescadores que habían arrancado la tubería de aguas residuales de la planta habían cambiado aparentemente de lado, atacando a un equipo de investigadores europeos que había venido a fotografiar la instalación, arrojándoles piedras y pescado podrido. Aunque se opusieron en su momento a los vertidos y se han resentido por la exportación de su pescado, algunos lugareños no desean que los medios extranjeros aireen los problemas de Gambia.
Finalmente llegamos a la entrada de la planta, a 500 metros de la playa, detrás de una pared de tres metros de chapa blanca. Un hedor acre, como a cáscaras de naranja quemadas y carne podrida, nos asaltó en cuanto salimos del coche. Entre la fábrica y la playa había un terreno fangoso, salpicado de palmeras y sembrado de basura, donde los pescadores reparaban sus botes en cabañas con techo de paja. La pesca del día estaba a la vista en mesas plegables y las mujeres limpiaban, fumaban y secaban la pesca para venderla. Una de ellas llevaba un hiyab empapado por las olas. Cuando le pregunté sobre la captura, me lanzó una mirada severa e inclinó su canasta hacia mí. Apenas estaba medio llena. "No podemos competir", dijo. Señalando la fábrica, agregó: "Todo va allí".
La planta Golden Lead consta de varios edificios de hormigón del tamaño de una cancha de fútbol y 16 silos, donde se almacena la harina de pescado seca y los productos químicos. La harina de pescado es relativamente sencilla de elaborar y el proceso está muy mecanizado, lo que significa que las plantas del tamaño de Golden Lead solo necesitan alrededor de una docena de hombres en el tajo un momento dado. Las imágenes de vídeo tomadas clandestinamente por un trabajador de harina de pescado en el interior de Golden Lead revelan que la planta es cavernosa, polvorienta, caliente y oscura. Sudando profusamente, varios hombres introducen en un embudo de acero montones brillantes de bonga. Una cinta transportadora lleva el pescado a una tolva, donde un tornillo batidor gigante lo muele hasta convertirlo en una pasta pegajosa, y luego el material pasa a un largo horno cilíndrico, donde se extrae el aceite. El material restante se muele en forma de polvo fino y se tira al suelo en medio del almacén, donde se acumula en un dorado montículo de tres metros de alto. Cuando el polvo se enfría, los trabajadores lo colocan en sacos de plástico de 50 kilos apilados desde el suelo al techo. Un contenedor de envío tiene capacidad para 400 bolsas, y los hombres llenan aproximadamente de 20 a 40 contenedores al día.
Cerca de la entrada de Golden Lead, una docena de jóvenes se apresuraron desde la orilla a la planta con cestas en la cabeza, rebosantes de bonga. Cerca, bajo varias palmeras alargadas, un pescador de 42 años llamado Ebrima Jallow explica que las mujeres pagan más por una sola cesta, pero Golden Lead compra al por mayor y, a menudo, paga 20 entregas por adelantado, en efectivo. "Las mujeres no pueden hacer eso", dijo.
A unos cientos de metros de distancia, Dawda Jack Jabang, de 57 años, propietario de Treehouse Lodge, un hotel con restaurante abandonado frente a la playa, estaba de pie en un patio lateral mirando romper las olas. “Pasé dos buenos años trabajando en este lugar”, me dijo. "Y de la noche a la mañana, Golden Lead destruyó mi vida". Las reservas de hotel se han desplomado y el olor de la planta a veces es tan nocivo que los clientes abandonan el restaurante antes de terminar la comida.
Golden Lead ha perjudicado más que ayudado a la economía local, afirma Jabang. Pero, ¿qué pasa con todos esos jóvenes que llevan sus cestas de pescado a la fábrica? Jabang rechaza la pregunta con desdén: “Este no es el empleo que queremos. Nos están convirtiendo en burros y monos".
La pandemia del covid-19 ha puesto de relieve la fragilidad de este panorama laboral, así como su corrupción. En mayo, muchos de los trabajadores migrantes de las tripulaciones de pesca regresaron a casa para celebrar el Eid -la fiesta que celebra el final del Ramadán- justo cuando se cerraban las fronteras.
Dado que los trabajadores no pudieron regresar a Gambia y se establecieron nuevas medidas de cierre, Golden Lead y otras plantas suspendieron sus operaciones. O se suponía que debían hacerlo. Manneh obtuvo grabaciones secretas en las que Bamba Banja, del Ministerio de Pesca, hablaba de sobornos a cambio de permitir que las fábricas operaran durante el cierre. En octubre, Banja se tomó una excedencia después de que una investigación policial descubriera que, entre 2018 y 2020, había aceptado 10,000 dólares en mordidas de pesqueros y empresas chinas, incluida Golden Lead.
El día que visité Golden Lead, bajé a la larga playa. Vi la nueva tubería de aguas residuales de Golden Lead, que tenía aproximadamente 30 centímetros de diámetro, ya oxidada, corroída y apenas visible por encima de los montículos de arena. La bandera china había desaparecido. Al arrodillarme, pude notar que un líquido fluía a través del conducto. En cuestión de minutos, apareció un guardia de Gambia y me ordenó que abandonara la zona.
Al día siguiente me dirigí al único aeropuerto internacional del país, ubicado a una hora de la capital, Banjul, para coger mi vuelo a casa. Mi equipaje era liviano ahora que había tirado la ropa con olor a podrido de mi visita a la planta de harina de pescado. En un momento del viaje, mientras sorteábamos bache tras bache, el taxista expresó su frustración. "Este", dijo, señalando delante de nosotros, "es el camino que la planta de harina de pescado prometió pavimentar".
En el aeropuerto, supe que mi vuelo se había retrasado porque una bandada de ratoneros y gaviotas había bloqueado la única pista. Varios años antes, el gobierno de Gambia había construido un vertedero cercano y las aves carroñeras descendieron en masa. Mientras esperaba entre una docena de turistas alemanes y australianos, llamé a Mustapha Manneh. Lo encontré en casa, en la ciudad de Kartong, a 11 kilómetros de Gunjur.
Manneh me dijo que en ese momento estaba en su patio delantero, mirando hacia una carretera llena de basura que conecta la fábrica JXYG, una planta china de harina de pescado, con el puerto más grande de Gambia, en Banjul. En los pocos minutos que habíamos estado hablando, dijo, había visto pasar 10 camiones con remolque. Levantaban espesas nubes de polvo a medida que avanzaban y cada uno transportaba un contenedor de 12 metros de largo lleno de harina de pescado. Desde Banjul, esos contenedores partirían hacia Asia, Europa y Estados Unidos. "Todos los días", dijo Manneh, "va a más".