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Familias migrantes

De los campos de tomates a Cambridge: el hijo de campesinos mexicanos que se graduó en Harvard

A mediados de la década de 1980, una pareja de un rancho aislado del Estado de México, en el centro del país, migró a Estados Unidos. Después de trabajar en los campos de Carolina del Norte y Florida, Maricela y Loreto se asentaron en una comunidad dedicada a la producción de tomate en el sur de Georgia. Ahí, en 1992, nació Erick, el segundo de sus cuatro hijos, quien terminó en 2015 la carrera de neurobiología y la de medicina en 2021. (Read this article in English)
13 Jun 2021 – 10:53 AM EDT
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Un niño tímido de piel morena y ojos negros como el carbón miró a la distancia a un grupo de personas vestidas de blanco que atendían en su comunidad del sur de Georgia a algunos trabajadores de los campos de tomate. Entre ellos se encontraban sus padres.

Era finales de los años '90, el siglo XX se iba a pique, y Erick Martínez observó con atención los relucientes instrumentos de auscultación sobre las batas blancas con los que médicos revisaban a niños, mujeres y hombres. En ese momento, el pequeño supo que quería ser como ellos, que quería aprender a sanar personas.

Martínez no recuerda en particular a alguno de los profesionales de la salud de la Universidad de Emory, de Atlanta, que periódicamente se aparecían por su comunidad de aquel rincón del sur del estado, ubicado en el condado de Decatur, para dar consultas médicas gratuitas a las familias. Tampoco tiene memoria de haberse acercado a conversar con alguno de ellos para saber más sobre su trabajo.

“Era muy tímido”, recuerda al teléfono a Univision Noticias desde California el joven, quien se graduó recientemente como médico de la Universidad de Augusta y previamente como neurobiólogo nada menos que de la Universidad de Harvard. En un buen español dice que en aquel momento, “lo que no salió de mi boca entró por mis ojos”.

Infancia en los campos de tomate

A mediados de la década de los ochenta, Maricela y Loreto, de entonces 20 años, decidieron dejar Monte de Dios, un rancho cerca de Tejupilco de Hidalgo, en el centro de México, en busca de una mejor vida en el norte.

Ambos habían nacido en la pobreza y habían abandonado la escuela a temprana edad, ella durante el tercer grado y él durante el primero de primaria, para apoyar a su familia.

Erick Martínez cuenta que sus padres llegaron a la frontera para cruzar a Estados Unidos por el río Grande sin nada más que las ganas de trabajar.

Al principio, ambos laboraron cultivando productos en Carolina del Norte. Luego se trasladaron al sur de Florida donde laboraron arrancando naranjas para, luego, asentarse en un campamento aislado de trabajadores agrícolas rodeado de campos de tomates en el condado de Decatur, Georgia.

Los primeros dos hijos de Maricela y Loreto, incluidos Raúl y Erick, vivieron en una casa que compartían con otras familias trabajadoras. Martínez dice que no recuerda aquellos días de sus primeros tres años de vida.

De lo que sí tiene memoria es de la pequeña casa que, aunque no contaba con aire acondicionado y era sofocante en los meses más calurosos, sus “papis”, como los llama cariñosamente, pudieron habitar sin compartirla con ninguna otra familia. Fue ahí donde nació el resto de sus cuatro hermanos.

Un niño superdotado

Martínez asegura que, además de estar rodeado de familias de trabajadores del campo, su infancia transcurrió entre negros y algunos blancos.

En su comunidad, dice, los hispanos apenas alcanzaban el 3% o 4% y cambiaban cada temporada dependiendo de la necesidad de mano de obra.

En aquel rincón de Georgia, Martínez dice que no tuvo muchos distractores durante su niñez. “Eso me ayudó a enfocarme en mi escuela. Tuve mucha libertad, pero no había mucho qué hacer”.

El joven aclara que él no puede considerarse un trabajador agrícola porque nunca lo fue. Dice que su padre lo llevó en alguna ocasión, durante las vacaciones, a laborar con él junto a sus hermanos, pero lo hizo como cualquiera que quiere mostrarle a sus hijos qué tan difícil es ganarse la vida.

“Él nunca nos pidió que le ayudáramos con los ingresos de la casa”, asegura. “Siempre quiso que nosotros nos enfocáramos en la escuela”.

Erick asistió a una primaria del poblado Attapulgus, una pequeña ciudad de menos de 500 pobladores, para la cual tenía que tomar un camión cada día y realizar un trayecto de 15 millas de ida y vuelta.

Fue ahí donde Martínez miró de frente otra realidad, la de la pobreza. “Esa escuela era muy pobre. Por lo menos un 95% era afroamericano, el resto era hispano como yo y menos de 1% caucásico. Para mí eso fue lo normal, pero bastante interesante. Yo conocí las necesidades de la población negra desde muy joven”, asegura.

Fue desde el primer grado cuando a Martínez mostró un desempeño superior al de sus compañeros de clase. En segundo grado, un maestro tuvo la iniciativa de realizarle una prueba para conocer su nivel académico, el cual mostró que era un estudiante “superdotado”.

Fue así como fue incluido en un programa del condado donde cada semana un grupo de estudiantes se reunían para tomar clases con otros estudiantes sobresalientes. “Este programa me mostró un mundo aparte al que yo conocía hasta entonces”.

Graduado con honores

Martínez y su familia se mudaron en 2003 a Bainbridge, una localidad un poco más grande que actualmente cuenta con unos 13,000 habitantes, debido a que el campo que producía tomates fue vendido por sus dueños.

Ahí continuó sus estudios de secundaria y preparatoria de manera sobresaliente y asistiendo a programas académicos de vacaciones de instituciones prestigiosas como la Universidad de Duke. Martínez destacó también en deportes, como el senderismo.

En 2010 se graduó del High School de Bainbridge como el primer hispano “valedictorian” , es decir, el estudiante más destacado de su clase durante ese año.

La condición de hispano e hijo de migrantes asentados en Georgia con aspiraciones académicas ayudó a que Martínez pudiera aplicar a diferentes instituciones académicas de alto nivel como la Academia Militar de West Point, ubicada en Nueva York, y a la prestigiada Universidad de Harvard. Para su sorpresa y la de su familia, fue admitido en ambas instituciones.

Martínez cuenta que se decantó por la educación militar porque se sentía comprometido a devolver algo “de la manera más honrada” de lo que el país le había dado a él y a su familia.

Uno de sus mejores amigos la secundaria lo alertó sobre el error que cometía al dejar sus sueños a un lado para ir a cumplir con un deber. Aún así, el chico se enroló como cadete en la institución militar.

Martínez ingresó en junio de 2010 ingresó al programa castrense en las instalaciones de Nueva York. No obstante, durante el periodo de entrenamiento para ingresar a la institución, se enteró de la muerte de su amigo en un accidente automovilístico. Aquello fue un golpe que le hizo retroceder y volver a mirar hacia donde quería ir y decidió, en marzo de 2011 abandonar West Point.

“Dejé la escuela. Fueron meses muy difíciles, los peores de mi vida”, cuenta sobre el periodo que estuvo sin asistir a clases.

Vuelta a Harvard

Erick Martínez escribió a Harvard para saber si podía volver a realizar el procedimiento de admisión a lo que la institución respondió de manera afirmativa. En mayo, para su sorpresa, fue aceptado por segunda ocasión en la universidad.

En el otoño de 2011 ingresó a la carrera de neurobiología de la que se graduó con muy buenas notas en 2015 y perteneciendo a la comunidad latina de la prestigiosa universidad.

Pero las aspiraciones académicas de Martínez no se quedaron ahí, todo lo contrario, parecen infinitas. Enseguida de graduarse en Harvard, se matriculó a la Universidad de Augusta donde concluyó el pasado mes de mayo la carrera de medicina.

Y más aún, su presencia en California, en Los Angeles, no es casualidad. Martínez es ahora un nuevo estudiante de la especialidad de neurología en la Universidad de California (UCLA).

Dice estar agradecido con Maricela y Loreto, sus padres, por haberles dado a él y a sus hermanos la mejor educación y ser su inspiración en su vida.

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