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The Conversation

El robo de tumbas y donaciones de cuerpos a la ciencia: cómo obtienen cadáveres las facultades de medicina

Aunque se conocen otras prácticas como el robo de cuerpos de las tumbas, ha habido poca o ninguna difusión de los miles de estadounidenses que en el siglo XX, rompiendo con tabúes, entregaron sus propios cuerpos a la educación y la investigación médicas.
Publicado 18 Mar 2023 – 10:29 AM EDT | Actualizado 18 Mar 2023 – 10:29 AM EDT
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En 1956, Alma Merrick Helms anunció que se dirigía a la Universidad de Stanford. Pero ella no asistiría a clases. Al enterarse de que había una “escasez especial de cuerpos de mujeres” para estudiantes de medicina, la actriz semiretirada había llenado formularios para donar su cadáver a la facultad de medicina tras su muerte.

Como historiadoras de la medicina, estábamos familiarizadas desde hace mucho tiempo con las trágicas historias de robos de tumbas en los siglos XVIII y XIX. Los estudiantes de medicina tenían que hacerse con cuerpos desenterrados si querían cadáveres para diseccionar.

Pero ha habido poca o ninguna discusión sobre los miles de estadounidenses que en el siglo XX buscaron una alternativa al entierro tradicional: esos hombres y mujeres que entregaron sus cuerpos a la educación y la investigación médicas.

Así que decidimos investigar esta forma especialmente física de filantropía: personas que literalmente se entregan. Y ahora estamos escribiendo un libro sobre este tema.

Ladrones de tumbas y criminales ejecutados

A medida que se abrían más y más facultades de medicina antes de la Guerra Civil, la profesión se enfrentaba a un dilema. Los médicos necesitaban abrir cadáveres para aprender anatomía porque nadie quería ser operado por un cirujano que solo había sido entrenado estudiando libros.

Pero para la mayoría de los estadounidenses descuartizar seres humanos muertos era un sacrilegio, una repugnante falta de respeto.

De acuerdo con el ethos de la época, solo los criminales merecían ese destino después de la muerte, y los jueces intensificaron las sentencias de muerte de los asesinos agregando el insulto de la disección después de sus ejecuciones.

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Como en vida, los cuerpos de las personas esclavizadas también fueron explotados en la muerte, ya fuera destinados a su disección por sus amos o robados de sus tumbas.

Pero nunca hubo suficientes cuerpos disponibles legalmente, por lo que floreció el robo de tumbas.

Los pobres no reclamados

Para satisfacer la creciente demanda de cadáveres por parte de los profesionales de la medicina, Massachusetts promulgó la primera ley de anatomía. Esta medida, aprobada en 1831, hizo que los cuerpos de las personas que no habían sido estuvieran disponibles para su disección en escuelas de medicina y hospitales.

Con la apertura de más facultades de medicina y los escándalos de robos de tumbas que obligaron a los políticos a actuar, finalmente entró en vigor una legislación similar en todo Estados Unidos.

Uno de los incidentes más visibles ocurrió cuando el cuerpo del exrepresentante John Scott Harrison, hijo y padre de dos presidentes de EEUU, involuntariamente apareció en una mesa de disección de Ohio en 1878.

En muchos estados, los familiares y amigos pueden reclamar un cuerpo que de otro modo estaría destinado a la disección, pero solo si pueden pagar los costos del entierro.

Cuerpos donados

Sin embargo, no todos compartían el horror ante la sola idea de ser diseccionados.

A fines del siglo XIX, un número creciente de estadounidenses estaba dispuesto a permitir que los estudiantes de medicina cortaran sus cuerpos antes de su eventual entierro o cremación. Aparentemente, la idea no los asustaba ni disgustaba.

Los médicos se ofrecieron como voluntarios, pero también lo hicieron enfermeras, dueños de tiendas, actores, académicos, trabajadores de fábricas y librepensadores, incluso prisioneros a punto de ser ejecutados. Algunos eran personas que simplemente buscaban evitar los gastos del funeral.

Otros estadounidenses esperaban que los médicos usaran sus cuerpos para investigar sus enfermedades, mientras que otros querían permitir que "la ciencia médica amplíe su conocimiento por el bien de la humanidad", como pidió George Young, un exfabricante de carretas, antes de morir en 1901.

Trasplantes de córnea

A fines de la década de 1930, los avances en la cirugía de trasplante de córnea hicieron posible que los estadounidenses obsequiaran sus ojos para restaurar la vista de hombres, mujeres y niños ciegos y con discapacidad visual.

Junto con las campañas de donación de sangre de la Segunda Guerra Mundial, las conmovedoras historias sobre los trasplantes de córnea difundieron una comprensión radicalmente nueva de la generosidad corporal.

A medida que en la década de 1940 y principios de la de 1950 se extendieron los esfuerzos para atraer donantes que comprometieran sus ojos en el momento de la muerte, también lo hizo un nuevo problema para los anatomistas: una disminución en el número de cuerpos no reclamados.

Los anatomistas culparon a una serie de factores: el aumento de la prosperidad en los años de la posguerra; nuevas leyes que permitieron a los departamentos de bienestar del condado, la ciudad y el estado enterrar a los no reclamados; beneficios por muerte de veteranos; beneficios por muerte del Seguro Social; y extensión por parte de grupos eclesiásticos y órdenes fraternales para cuidar de sus miembros afectados por la pobreza.

Querida Abby y 'Reader's Digest'

A mediados de la década de 1950, surgieron preocupaciones sobre la escasez de cadáveres para las clases de anatomía. Pero la cobertura mediática de las personas que habían optado por donar sus cuerpos comenzó a influir en otros para que hicieran lo mismo. Buenos ejemplos fueron una columna de consejos de Dear Abby (Querida Abby) publicada en 1958, y un artículo de Reader's Digest en 1961.

En 1962, el defensor unitario Ernest Morgan publicó Un manual de entierro simple, que promovía los servicios conmemorativos como alternativas a los funerales lujosos. Incluyó un directorio de facultades de medicina y facultades de odontología que aceptaban donaciones de cuerpos.

La periodista Jessica Mitford, en su libro tremendamente popular de 1963 que arremetió contra la industria funeraria, The American Way of Death, también respaldó esa práctica. Ella ayudó a que el hecho de entregar el cuerpo de uno a la ciencia fuera una alternativa respetable, incluso noble, a los costosos entierros convencionales.

A principios de la década de 1960, líderes protestantes, católicos y judíos reformistas también se pronunciaron a favor de donar cuerpos a la ciencia.

A fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, algunos departamentos de anatomía comenzaron a organizar servicios conmemorativos para reconocer a los donantes y brindar un cierre a sus seres queridos. La noticia de tales esfuerzos alentó aún más la donación de todo el cuerpo.

Cartas de aliento

Revisamos docenas de cartas inéditas enviadas y recibidas por donantes desde la década de 1950 hasta principios de la de 1970, en las que los profesores de anatomía animaban a los posibles donantes de cuerpos a verse a sí mismos como héroes para la ciencia médica. Los primeros donantes expresaron con frecuencia esta visión altruista, queriendo que sus cuerpos mortales participaran en el avance del conocimiento.

A mediados de la década de 1980, la mayoría de las escuelas de medicina y odontología dependían de los cuerpos donados para enseñar anatomía, aunque algunos cuerpos no reclamados todavía llegan hoy a las escuelas de medicina.

La tecnología ha revolucionado la enseñanza de la anatomía, como con el Proyecto Humano Visible de la Biblioteca Nacional de Medicina, pero aún se necesitan cadáveres. Las imágenes y los modelos no pueden reemplazar la experiencia práctica con el cuerpo humano.

Mientras que muchos estadounidenses alguna vez consideraron a los estudiantes de medicina como "carniceros" por explotar a sus amados muertos, los estudiantes contemporáneos honran a lo que algunos de e stos futuros médicos llaman sus "primeros pacientes" por el precioso regalo que se les ha dado.


*Susan Lawrence es profesora de Historia de la Universidad de Tennesseee y Susan E. Lederer es profesora de Historia médica y Bioética de la Universidad de Wisconsin-Madison

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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