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Historia

Cómo una falsa acusación desató la peor matanza de negros en EEUU: 100 años de un infierno y masacre en Tulsa

Hace un siglo, la próspera comunidad afroestadounidense de Greenwood fue arrasada por una turba de hombres blancos en complicidad con autoridades de locales. Ninguno respondió ante la justicia, los sobrevivientes nunca fueron compensados y, por muchos años, el episodio quedó gnorado.
30 May 2021 – 10:22 AM EDT
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100 años de 'la masacre de Tulsa': el peor acto de violencia racial en la historia de EEUU

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Hace 100 años se produjo la peor explosión de violencia interracial vivida en Estados Unidos, cuando una turba de hombres blancos arrasó con una próspera comunidad negra, la quemaron hasta sus cimientos, mataron a más de 300 de sus miembros y dejaron a miles sin hogares ni negocios.

Lo que pasó a la historia originalmente como los ‘disturbios’ de Tulsa fue una verdadera masacre que, en el lapso de pocas horas entre la noche del 31 de mayo y la madrugada del 1 de junio de 1921, dejó en cenizas lo que entonces era una pujante comunidad de color de esa ciudad de Oklahoma. Todo ante la inacción (y en gran medida, complicidad) de las autoridades locales.

Para el amanecer del 1 de julio, gran parte de las 40 cuadras que conformaban el llamado “Wall Street Negro” eran solo restos humeantes, con sus calles salpicadas de cadáveres de personas negras y grupos de residentes tratando de recuperar alguna pertenencia para escapar del súbito infierno que alteró sus vidas para siempre.

“Nunca olvidaré la violencia de la turba blanca cuando escapamos de nuestra casa”, dijo ante una audiencia del Congreso en días pasados Viola Fletcher, una mujer de 107 años, que es una de los tres sobrevivientes de la masacre que aún viven. Los otros son: su hermano, Hughes Van Ellis, de 101 años, y Lessie Benningfield Randle, de 106.

“Todavía veo hombres negros siendo tiroteados, y cuerpos negros yaciendo en las calles. Todavía huelo el humo y veo el fuego. Todavía veo los negocios negros siendo quemados. Todavía escucho aviones sobrevolando. Escucho los gritos. Revivo la masacre cada día”, contó a los congresistas Mamá Fletcher, como se le conoce en la comunidad.

“Nuestro país puede olvidar su historia. Yo no lo haré (…) Nuestros descendientes no lo harán”, dijo Fletcher en una referencia a la manera como ese trágico episodio de la historia estadounidense ha estado oculto para muchos, incluyendo el hecho de que nadie nunca fue procesado por la muerte y la destrucción de propiedades.

Un barrio que era una esperanza

El vecindario de Greenwood fue nombrado como el “Wall Street Negro” hacia principios del siglo XX por el educador y autor afroestadounidense Booker T. Washington, para describir el empuje económico que vivían esa y otras zonas de mayoría negra, que demostraban “el derecho del negro, no meramente como individuo, sino como raza, de tener un lugar valioso y permanente en la civilización que el pueblo estadounidense está creando”.

Había pasado medio siglo del fin de la Guerra Civil y la liberación de los esclavos, pero en buena parte del país las leyes de segregación restringían el avance social y económico de los negros. Eso hacía de la prosperidad de Greenwood un fenómeno más notable y esperanzador.

Más allá de su origen racial o nacional, era natural que los emprendedores progresaran en un estado como Oklahoma, que por las primeras décadas del siglo estaba experimentando la bonanza económica de la explotación del petróleo.

Pero esa prosperidad generaba resquemores en otros sectores de la sociedad de Tulsa, que no comprendían cómo personas que hasta hacía pocos años eran mayormente esclavos podían estar económicamente por encima de familias blancas. Una mezcla de racismo, envidia y frustración encendieron los ánimos.

El detonante de la masacre


La chispa fue la confusa denuncia de una muchacha blanca de 17 años, Sarah Page, quien acusó a un joven negro de 18, Dick Rowland, de haber intentado agredirla sexualmente cuando entró al ascensor que ella operaba en un edificio del centro de Tulsa.

Luego Page se desdijo de su versión, pero ya un mecanismo trágico se había puesto en marcha en la ciudad.

Mientras Rowland estaba detenido, un grupo de hombres blancos empezó a rodear la cárcel del condado exigiendo que se lo entregaran para lincharlo. Al mismo tiempo decenas de hombres negros armados acudieron al lugar para defender al acusado. En medio de los forcejeos alguien disparó y “se desató el infierno”, según explicó en aquel momento a un diario local el alguacil de la ciudad.

A las afueras de la prisión quedaron 10 blancos y 2 negros muertos. Los ánimos se desbordaron y grupos armados (algunos autorizados por el sheriff) se dirigieron a Greenwood a vengar esas muertes.

Lo que siguió fueron horas de tiroteos indiscriminados, saqueos e incendios, durante las que las autoridades locales no ejercieron ningún control. Incluso se reportó que un avión privado lanzó bombas de querosene sobre las casas de Greenwood, en lo que algunos identifican como el primer bombardeo de la historia contra una ciudad estadounidense.

Para el amanecer del 1 de junio, como contó Mamá Fletcher al Congreso, “perdimos todo (…) nuestras casas. Nuestras iglesias. Nuestros periódicos. Nuestros teatros. Nuestras vidas”.

La edición de The New York Times del 2 de junio de 1921 informaba que apenas a mediodía del 1 de junio, cuando ya todo había sido arrasado, se había declarado la ley marcial en el estado y que la guardia nacional controlaba la zona.

Aparte de los más de 300 negros y 20 blancos muertos, más de 10,000 personas quedaron damnificadas, miles de afroestadounidense fueron arrestados y confinados en un dispositivo militar, casi 40 cuadras fueron demolidas por el fuego.

También se informaba en el diario de la llegada del gobernador y del fiscal general, quienes prometieron una “vigorosa investigación de las causas” de lo sucedido, como destacaba el diario.

Pero los sobrevivientes, como recordó el trío que testificó ante el Congreso en ocasión de centenario, nunca vieron que se llevara a la justicia a los responsables, y al contrario, presenciaron cómo ese capítulo quedó anulado en una bruma histórica.

Eventualmente, algunos de los residentes volvieron a la zona a reconstruir sus vidas y sus negocios. Y aunque no todos lograron volver a los niveles de bienestar de los que gozaban antes de la tragedia, Greenwoood recuperó parte de su vitalidad. Al cabo de pocos años la zona parecía otro pueblo próspero del país.

Investigación tardía

Pasaron 75 años para que una comisión bipartidista de la Asamblea estatal ordenara la creación de una comisión para investigar lo sucedido, cuyo reporte final se conoció en 2001.

En ese informe se determinó que la ciudad de Tulsa y el estado de Oklahoma habían conspirado con las turbas blancas para masacrar negros y destruir sus propiedades. La comisión recomendaba la creación de un fondo para indemnizar a los afectados.

La legislatura estableció un programa de becas escolares y otro de fomento económicos de Greenwood. Además, la historia de la masacre se incluyó en el programa de estudios estatal.

En 2016 se creó la Comisión Centenaria de la Masacre Racial de Tulsa, un grupo integrado por funcionarios de diferentes niveles de gobiernos estatales y locales, con el fin de educar sobre los eventos, homenajear a las víctimas y promover el desarrollo de la zona.

Sin embargo, los esfuerzos de grupos de sobrevivientes para lograr compensaciones económicas terminaron siendo bloqueados en cortes. En 2005, al Corte Suprema no escuchó la apelación que presentaron a la decisión de un juez federal que determinó que habían esperado mucho tiempo para presentar sus demandas.

“Personas en posiciones de poder, muchos, así como ustedes, nos han dicho que esperáramos. Otros nos han dicho que ya es muy tarde”, fue el resumen que presentó al Congreso vía conexión de video la centenaria sobreviviente Lessi Benningfield.

"Parece que la justicia en EEUU siempre es muy lenta o imposible para la gente negra. Y nos hacen sentir locos por simplemente pedir que las cosas se hagan bien".

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