Children of Men: recordamos la obra maestra de Alfonso Cuarón
No fue casualidad, como notaron muchos críticos en aquel momento, que Children of Men se haya estrenado el 25 de diciembre en los Estados Unidos, el día de Navidad.
Es una película que está atravesada por temas como la fe y la redención y, a su manera, refleja esos sentimientos que se suelen asociar a esta festividad: es optimista y esperanzadora, aunque inteligente a pesar de esto y no por ello menos brutal e impactante.
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Thriller, distopía y drama social
Basada en la novela del mismo nombre de P.D. James, ha sido considerada como una de las grandes películas de lo que va del siglo XXI y una consagratoria para el mexicano Alfonso Cuarón.
Sus intensas y sofocantes escenas de thriller de acción (aquella de la emboscada en la ruta, el tiroteo sobre el final) y su escenario distópico ya la hacen memorable.
Pero ha probado ser especialmente perdurable por sus implicancias sociales y políticas.
Especialmente en estos días, en los que como pocas veces antes predomina un zeitgeist apocalíptico.
Children of Men se estrenó en 2006, cuando todavía no había Brexit, no había Donald Trump presidente de los Estados Unidos, ISIS no dominaba las noticias internacionales y Europa no estaba aún en medio de una brutal crisis de refugiados.
Sin embargo, habían en ese momento los elementos suficientes como para que la operación habitual de extrapolación y exacerbación que exige lo distópico sea ahora, una década más tarde, casi visionaria y profética.
En la memorable primera escena de la película, ya se mencionan fronteras cerradas, deportación de inmigrantes ilegales y ocurre un terrorífico atentado terrorista en las calles de Londres.
Es 2027 y el mundo está en shock ante la muerte de la persona más joven del planeta, símbolo de los 18 años que la humanidad lleva infértil, por lo que la amenaza de extinción se hace cada vez más palpable e inminente.
El Reino Unido, donde transcurre la acción, es uno de los pocos países con un gobierno estable, por lo que miles de desplazados huyen ilegalmente hacia allí con la esperanza de encontrar refugio a la guerra y el caos en sus países de origen. Como consecuencia de ésto, el gobierno, dictatorial, ha impuesto una férrea política anti inmigratoria.
No suena muy difícil imaginarlo.
El protagonista, Clive Owen, solía ser activista, pero ante la grave situación social y política, no ha tenido otra opción que convertirse en un triste burócrata en un organismo gubernamental que odia su trabajo y sobrevive a fuerza de alcohol y drogas.
Es un hombre derrotado y resignado, que ha aprendido a tolerar lo que sucede, a hacer la vista gorda y los oídos sordos.
Literalmente, puede atravesar un grupo de refugiados (con una imagen que remite a campos de concentración nazi) sin mirarlos ni verlos.
Representa, en cierto modo, a la humanidad toda.
La aparición de su ex esposa ( Julianne Moore) y el grupo de activistas pro-inmigrantes que lidera, con los inevitables intereses propios de afán de poder o económico en su seno (lo que funciona no solo como una vuelta de tuerca en la trama sino como un comentario adicional), significarán un punto de inflexión en su vida y su incursión en el camino del héroe.
Una odisea aterradora y violenta en medio de un caos asfixiante, pero salpicada de momentos de humanidad y solidaridad que, por este mismo contraste, tan familiar y verosímil, resultan entrañables y emocionantes.
Cargada además de grandes personajes secundarios u ocasionales, de los buenos y de los otros, y de detalles poéticos, como el sonido cada vez más apagado de los patios de juegos.
En el final, una nueva vida ha visto la luz, y hasta los militares con metralletas se detienen a admirar el milagro.
Para completar su viaje heroico, el hombre (la humanidad), se sacrifica y agoniza en medio de un bote sacudido por las olas, mientras el recién nacido y su madre vislumbran la salvación entre la bruma de un nuevo futuro.
Incierto pero esperanzador.