Transformar a los muertos en abono: la idea que ya casi es un hecho en el estado de Washington

Aunque los detalles que exponemos a continuación puedan parecer algo desasosegantes, por decirlo suavemente, el compostaje humano tiene un aspecto muy poético si se considera que de los restos de la abuela puede crecer un bello rosal.
La opción de compostaje de un cuerpo humano no es muy diferente de lo que ocurre con la piel de las frutas o las cáscaras de huevo, y es mucho más amable con el medio ambiente que la cremación tradicional, o incluso los entierros tradicionales en cementerios.
Lynne Carpenter-Boggs, profesora de agricultura sostenible en Washington State University y asesora de Recompose, una firma basada en Seattle que planea inaugurar el primer centro de compostaje humano el año próximo, presentó en una conferencia reciente en Seattle los datos de un proyecto piloto en el que seis cuerpos (de personas que dieron su consentimiento en vida para hacer de conejillos de indias) fueron compostados para probar la efectividad de este método.
El proceso consiste en transformar un cadáver en el equivalente a dos carretillas de tierra fértil en un periodo de entre 4 y 6 semanas. El cuerpo se coloca en un contenedor hexagonal que contiene cortezas de madera, alfalfa y paja, y se va rotando poco a poco. Gracias al control de la humedad y del dióxido de carbono, nitrógeno y oxígeno, el sistema crea las condiciones adecuadas para que un tipo de microbio que se multiplica en condiciones de calor acelere el ritmo normal de descomposición.
La firma planea comenzar a ofrecer el servicio en diciembre del año próximo, y según su fundadora, Katrina Spade, 15,000 personas ya han expresado interés en el proyecto, algo que Spade atribuye a la urgencia de la preocupación por el cambio climático.
El servicio costará unos 5,500 dólares, según las estimaciones iniciales (un entierro convencional cuesta en el estado de Washington unos 8,000 dólares, según los datos de la compañía) e incluirá el transporte del cuerpo al centro.
El proyecto piloto mostró que todas las partes del cuerpo, incluidos huesos y dientes, se transforman en compostaje. El material no orgánico, como rodillas artificiales o marcapasos han de extraerse del cuerpo. La tierra que producen los cuerpos, por otro lado, tiene niveles bajos de la bacteria coliform, lo cual, según Carpenter-Boggs, es un indicador de seguridad. Esto significa que los familiares pueden utilizar el fertilizante en el que se ha convertido el ser querido para plantar un abeto.
Todo está interconectado
“Nuestro servicio —recomposición—convierte los restos humanos en tierra, de forma que podemos nutrir nueva vida tras nuestra muerte”, asegura la web de la compañía. Utiliza principios naturales para transformar los restos humanos, y se inspira en un proceso que ya está en uso entre los ganaderos.
Cuando el proceso se acaba, los seres queridos pueden llevarse a casa parte de esta tierra para “recordarnos que toda la vida está interconectada”, dice la web.
Al margen de la cuestión romántica (si omitimos ciertos pasos del proceso, claro), el ahorro climático y energético resulta fundamental. Los cementerios ocupan grandes espacios de terreno, y los líquidos que se usan para embalsamar pueden terminar filtrándose en el agua. Los ataúdes utilizan recursos naturales (y no son reutilizables) y, en cuanto a la cremación, desprende grandes cantidades de gases que producen el efecto invernadero.
Compostar ganado es una práctica habitual en el estado de Washington; la tarea de Carpenter- Bogg es adaptarlo a los humanos y asegurarse de que los restos son seguros, medioambientalmente hablando.
Los legisladores del estado de Washington aprobaron la medida el pasado mes de mayo. Se trata de la ley 5001, “concerniente a los restos humanos” que podría trasladarse a otros estados que han expresado interés en el permitir el compostaje humano, como Colorado y California.
Al mismo tiempo, se abren camino otras opciones como la llamada “ cremación de agua”, un método que consiste en colocar el cuerpo en un tanque de agua presurizado que incluye hidróxido de potasio, que se calienta a altas temperaturas. Después de solo unas pocas horas, solo quedan los huesos, que se pulverizan.
Al igual que Recompose, las iniciativas que trabajan en estos nuevos métodos hacen énfasis en el ciclo natural en el que la muerte es también reponedora de vida y crecimiento. La empresa española Bios es otro ejemplo de esta tendencia con sus urnas futuristas que se descomponen en la naturaleza y que ayudan a convertir las cenizas en árboles.
El actor Luke Perry, que falleció de un ataque cerebrovascular la primavera pasada, fue enterrado con un traje completamente biodegradable elaborado a partir de hongos que reemplaza el tradicional féretro. Se trata de un atuendo “para el infinito” diseñado por la firma Coeio para facilitar un proceso de descomposición rápido. La hija de Perry explicó en un post en Instagram que su padre había descubierto este atuendo y morir con él puesto fue uno de sus últimos deseos. “Son una opción muy hermosa para este hermoso planeta”, señala en el post.
Ninguna opción suena del todo apetecible, desde luego, pero hay que considerar las alternativas, que se resumen en el conocido colofón: polvo eres, y en polvo te convertirás.