La poesía: un valioso camino para hallar la libertad en la prisión
«Se dice que para ser poeta tienes que ir al infierno y volver», manifestó Cristina Domenech, una escritora y filósofa que trabaja en la penitenciaría de la Unidad 48 en Buenos Aires, Argentina. Y agregó: «Ellos tienen un montón de infierno». «Me dijeron que querían poner en el papel todo lo que no podían decir y hacer», y así fue como sus talleres se volvieron una tradición en la penitenciaría.
Rachel Kelly fue diagnosticada con una enfermedad mental; fue como llegar a ese infierno al que se refería Domenech. Y allí, cuando nadie más la podía ayudar —«mi psiquiatra y sus drogas no me habían curado. Mi madre era cariñosa, pero no era suficiente», expresó en entrevista de Positive News— encontró en las palabras y, en concreto en la poesía, el cable a tierra que necesitaba. «La poesía fue, literalmente, un salvavidas», expresó.
Pero, ¿puede realmente una palabra, un verso o un poema sanarnos?
La historia de Rachel
Poco a poco se recuperó y todo ese proceso lo vivió acompañada de las palabras. Finalmente, ya gozando de una mejor salud mental, decidió compartir esa pasión con otras personas que estaban en una situación difícil.
Fue así que llegó a una prisión a dar talleres de poesía. «Un prisionero no pudo contener las lágrimas. Me dijo que con el poema de Derek Walcott, Love after Love, se sintió comprendido después de 20 años».
No solo los ayuda a expresarse, sino que además es sumamente gratificante para el ánimo y la confianza individual: «Muchos leyeron por última vez cuando eran niños. Es maravilloso ver cómo estas prácticas se redescubren en la edad adulta».
Por último, Rachel explicó que, para ella, «los poemas son un compañero cuando me siento sola. Compartir la poesía con los demás es una de las formas más eficaces de alejar el aislamiento (...) Ayudar a los demás es una de las mejores maneras de ayudarnos a nosotros mismos».
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«La poesía, un escape para los pensamientos tácitos»
Cristina Domenech llegó a la prisión por un deseo de los prisioneros. Antes de ir, se preguntaba por qué un preso desearía escribir poesía. Cristina explicó que «querían poner en el papel todo lo que no podían decir y hacer. En la cárcel no se puede soñar; en la cárcel no puedes llorar. Las palabras están virtualmente prohibidas». Tiempo, futuro, deseo, no se pueden ni se quieren decir.
Pero, ¿por qué es tan eficiente? «Al leer poemas cortos, comenzaron a darse cuenta de que lo que hacía el lenguaje poético era romper una cierta lógica y crear otro sistema. Romper la lógica del lenguaje también rompe la lógica del sistema bajo el cual ellos han aprendido a responder».
La poesía, el poder decir con palabras lo que sienten, la capacidad de decir y de ser escuchados les permitió sentirse libres. Ted lo describe como «el placer irreprimible de pensar libremente» y Cristina explica que « la libertad es posible, incluso, dentro de una prisión».
¿Qué es lo que más destaca de esta experiencia? «Lo que veo semana tras semana es cómo se están convirtiendo en personas diferentes; cómo se transforman; cómo las palabras les dan el poder y la dignidad que nunca antes habían conocido ni se podían imaginar».
No son solo ellas 2. La sociedad y el sistema carcelario está comprendiendo que las palabras y la poesía son una herramienta, un camino vital y valioso para poder rehabilitarse, encontrar la paz y, así, lograr reinsertarse en la sociedad.