Por un lado la vida cotidiana de las grandes ciudades crece en su afán consumista y por lo tanto cada vez hay más alteraciones climáticas, más desechos en vidrios, papel y plásticos, que alimentan el temible monstruo del desastre planetario. El panorama apocalíptico es cada vez mayor, pero la mayoría de los gobiernos siguen haciendo negocios y sus políticos miran para otro lado.