null: nullpx
Ignacio López Tarso

Don Ignacio López Tarso: la vela de su vida que queda encendida tras su muerte

Esta es la historia de una de las últimas luces de la llamada 'Época de oro' del cine mexicano: la de don Ignacio López Tarso, quien murió este sábado 11 de marzo a los 98 años. Hoy, el mundo del entretenimiento de habla hispana llora su partida.

11 Mar 2023 – 09:26 PM EST
Comparte

Cargando Video...
Cargando Playlist...
3:14
1:57
2:49
3:31
0:52

Ignacio López Tarso se hizo amigo de la Muerte desde que le convidó de su guajolote.

En 'Macario' (1960), el actor se convirtió en el indígena de buen corazón y humilde que da nombre a la cinta dirigida por Roberto Gavaldón, basada en un cuento del polaco B. Traven.

A Macario su familia le regala un guajolote para él solo por su cumpleaños. Dios y el Diablo se le aparecen y le piden del mangar; Macario se niega a compartir el tan preciado platillo. A un tercero, el más hambriento, el protagonista no le pudo decir que no.

Este último —calvo y esquelético— resultó ser la Muerte. En recompensa a la buena fe de Macario, lo dotó con el don de salvar a desahuciados. El indígena ganó fama en el pueblo y sus alrededores, y nunca volvió a pasar hambre.

" Me pagaron 20,000 pesos (unos 1,800 dólares al día de hoy) por ocho semanas de trabajo, cargando un haz de leña en el lomo, con huaraches, entre piedras. Es la historia de un campesino que se va al monte a buscar leña y luego regresa para venderla", recordaría sobre esa mítica actuación durante un homenaje en el Festival Internacional de Cine de Monterrey, en 2013.

Murió Ignacio López Tarso: siempre mexicano

Tan mexicano como la Muerte o Macario, Ignacio López López nació el 15 de enero de 1925 muy cerca de otro símbolo de identidad nacional: la Basílica de Guadalupe, en el oriente de la Ciudad de México.

Hijo de Alfonso López Bermúdez e Ignacia López Herrera, tuvo su primer contacto con el espectáculo durante una función de carpa a la que asistió con sus padres en Guadalajara, en el occidente de México, donde se mudó por el trabajo de don Alfonso, quien era cartero.

Debido a una crisis económica en el seno familiar, tuvo que ingresar al Seminario de Temascalcingo, Estado de México, para continuar con sus estudios. Sin vocación para el sacerdocio, ingresó entonces en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes: quería estar en un escenario como el que vio aquella noche de su infancia.

Hábil con las palabras, el poeta mexicano Xavier Villaurrutia sugirió al joven Ignacio que, si se quería dedicar de lleno a la actuación, debería cambiarse el nombre a uno más pegadizo, fácil de ubicar.

Fue entonces que recordó sus días en el seminario: "Tarso (ahora una ciudad de Turquía) —pensó—, de donde era originario San Pablo Apóstol". Había nacido Ignacio López Tarso.

El hombre que devoró a los clásicos

Como los buenos, López Tarso comenzó por devorarse a los clásicos. Primero 'Macbeth', 'Otelo' y 'El rey Lear', de Shakespeare. Después figuraron 'Crimen y castigo', de Dostoyevski, y 'Edipo Rey', de Sófocles, entre más de 100 obras de teatro que llegaría a protagonizar durante su carrera.

López Tarso fue una de las pocas figuras que quedaban de la llamada 'Época de oro' del cine mexicano. Llegó a compartir pantalla con Dolores del Río, María Félix y Emilio 'El Indio' Fernández, entre otros.

Pocos actores pudieron interpretar a personajes tan diferentes entre sí: desde el ídolo de los niños, Francisco Gabilondo Soler 'Cri-Cri' ('Cri Cri, el grillito cantor', 1960), pasando por el pícaro vagabundo Pito Pérez ('La vida inútil de Pito Pérez', 1969), hasta el asesino serial Ángel Peñafiel ('El profeta Mimí', 1972).

El semblante adusto

Tuve la oportunidad de estar con Ignacio López Tarso en dos ocasiones. La primera, lo entrevisté en su casa en el sur de Ciudad de México, una edificación antigua, fría por estar construida de piedra y madera. Fue por el año 2007.

López Tarso llevaba una camisa muy blanca y unos pantalones de lana color gris, impecablemente planchados. Su hija menor, Susana, nos recibió al fotógrafo y a mí. Seco, pero educado, don Ignacio fue parco en sus respuestas: casi no habló. Para las fotos, apenas esbozó una sonrisa.

Lo vi por segunda y última vez semanas después, ya por el Día de Muertos mexicano (principios de noviembre). Se presentó en la plaza de toros de un conocido restaurante también en el sur de Ciudad de México. Protagonizó un monólogo inspirado en Macario. Más bien don Ignacio fue Macario, una vez más. Para siempre.

En una de las escenas más bellas de Macario —de la de por sí hermosa cinta—, la Muerte se lleva al protagonista dentro de una cueva, donde están encendidas millones de velas. Cada una significa la vida aquí, en la Tierra. La de don Ignacio López Tarso se apagó este sábado 11 de marzo, pero siempre brilló intensamente.

Y seguirá brillando.

Loading
Cargando galería
Comparte